Confrontaciones

Finaliza otro curso escolar en medio de una guerra, de masacre de vidas humanas que no importan a nadie (léase valla de Melilla) y de una cumbre de la OTAN en nuestro país que están vendiendo como un acontecimiento histórico y que, a mí, particularmente, me da pavor. Tengo la sensación de estar asistiendo al diseño de la tercera guerra mundial sin poder hacer nada para evitarlo. 

Cada vez más nos construimos “otros” como enemigos; nunca me cansaré de citar a Lepa Mladjenovic (2000) cuando afirma que “la guerra es una cuestión de poder y control. (…) Una guerra comienza normalmente con la creación del Otro como enemigo, bien sea otro grupo étnico o religioso”. Zarana Papic (citada por Mladjenovic), antropóloga feminista, afirma, refiriéndose a las guerras de la antigua Yugoslavia, que la sucesión de guerras es “una sucesión de odios creados cultural, política y militarmente”. Cada vez más los discursos de odio hacen mella en nuestra sociedad, se odia lo diferente, lo que no se entiende, lo que no responde al paradigma hegemónico dominante (varón, blanco, heterosexual, rico, sin discapacidad, mayor de 40 años,…) Quizás el término odio resulta fuerte, pero realmente todo lo que no responda a ese modelo es infravalorado/rechazado/excluido (las mujeres, la infancia, las personas con discapacidad, las personas negras, gitanas, ancianos/as,…) Y así, como quedó patente en la foto de “familia” de la cumbre de la OTAN, ellos son los que deciden (con unas escasísimas ellas) y las otras son las que se van a paseo (y nunca mejor dicho).

La confrontación entre aparentes opuestos me duele; por deformación profesional siempre he creído que hay que trabajar sobre lo que nos une y no sobre lo que nos separa, sobre las relaciones bientratantes y no maltratantes, con el diálogo como estrategia y no con la violencia,… pero últimamente vemos como las armas ganan a los derechos conquistados y la denostación y el ataque es la forma predominante de comunicación. Creo que afirmar realidades y derechos no significa negar la diferencia, y me explico, estar a favor de los derechos de las mujeres no es estar en contra de los hombres; estar a favor de los derechos de la infancia no es estar en contra de los derechos de las personas adultas; estar a favor de los derechos de las personas con discapacidad no es estar en contra de los derechos de las personas sin discapacidad,… esto, que parece tan obvio, sólo se cuestiona de manera furibunda en el primer caso. Patriarcado lo llaman… No podemos seguir construyendo desigualdades sobre las diferencias, la aceptación y el respeto al otro, a la otra, parte del reconocimiento del valor de su dignidad como persona, del respeto a sus derechos fundamentales, eso sí, situando unos límites: la afirmación de una realidad no se puede hacer en detrimento de otra: yo no puedo afirmar los derechos de la infancia cuestionando o masacrando a la población adulta… pues así con todo.

Yo tuve la suerte de aprender a respetar las diferencias, enriqueciéndome de ellas y no generando desigualdades, en un entorno contrapuesto a mí; lo que podía haberse convertido en confrontación ideológica y religiosa se convirtió en crecimiento, afecto y aprendizaje. Mis comienzos laborales se produjeron vinculados a Cáritas, entidad sobradamente conocida por ser la ejecutora de la acción social de la iglesia católica. Una agnóstica/atea (en aquel tiempo no estaba yo muy definida) trabajando para Cáritas, paradójico, ¿no? Y sin embargo, nunca me sentí mejor tratada, acogida y respetada que en esos espacios; después de 25 años, tuve la oportunidad de reencontrarme hace poco con parte de esa “familia” laboral con la que trabajé en mis comienzos y los sentimientos fueron los mismos… No deja de resultar curioso que, salvo en muy contados espacios feministas, ni siquiera en contextos que se llenan la boca hablando de inclusión, sororidad y feminismo haya sentido lo mismo. Este ejemplo, absolutamente personal y subjetivo, por supuesto, es una muestra de que es posible trabajar, avanzar y construir incluso entre personas contrapuestas, mientras se mantengan los valores universales de respeto, aceptación e igualdad intactos. Algo que, tengo la sensación, se da poco últimamente. Nos puede el individualismo, el egoísmo, el posmodernismo y el capital. Nos puede la confrontación en lugar de las alianzas, de los vínculos comunitarios, y esa carencia de vínculos significativos y amorosos nos aboca al desastre. Nos puede el patriarcado más cruel y recalcitrante, rearmado y peligroso.

Toca recargar energía porque la batalla va a ser larga… ¡Feliz verano!

Mladjenovic, L. (2000). Escuchando al Otro: desde el asesoramiento feminista hacia el movimiento por la paz. Foro mundial de mujeres contra la violencia. Centro Reina Sofía para el estudio de la violencia.

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