Reflexiones sobre intervención social con la infancia y adolescencia

En el día mundial de la infancia, me gustaría reflexionar sobre la protección a la misma en contextos de vulnerabilidad. Llevo más de 30 años como trabajadora social y en ellos siempre he tenido que trabajar con niñas, niños y adolescentes, de manera directa o indirecta. Cuando empecé, allá por los 90, la intervención se centraba en “la familia”, es decir, en las personas adultas y especialmente las mujeres / madres, los padres ni estaban ni se les esperaba, es más, en ocasiones boicoteaban la intervención con las mujeres, negándose a que estas participaran en actividades formativas para el empleo o acudieran al recurso en el que trabajaba. En aquella época, recién salida de la Escuela Universitaria de Trabajo Social, reconozco que realizaba intervenciones muy adultocéntricas y que se escuchaba poco a las criaturas, aunque sí hiciéramos acciones con ellas (campamentos y otras actividades formativas y lúdicas). 

Tres décadas después, tengo la sensación de que se ha avanzado, pero poco. Los marcos normativos han puesto el interés superior de la infancia en el centro, se han elaborado nuevas leyes protectoras, pero las niñas, niños y adolescentes siguen en situaciones de desprotección, incluso más graves que en el pasado. Ahora hay que sumar nuevos contextos de desigualdad, el incremento de la pobreza infantil, el impacto de la emergencia climática en sus vidas, el auge de las tecnologías y redes sociales sin control,… algo que cuando yo empezaba en esto del Trabajo Social nos quedaba muy lejos.

La burocratización de la administración pública también impacta de lleno en la infancia, ahora nos dedicamos a gestionar expedientes más que a intervenir con las personas, externalizando la intervención a entidades privadas. La inestabilidad del personal, tanto en lo público como en lo privado, hace que las familias y las criaturas se encuentren sin profesionales de referencia estables, con la victimización que supone ir contando su historia una y otra vez o exponer su privacidad a un sinfín de personas desconocidas.

El malestar profesional que supone constatar que la infancia se enfrenta a nuevos riesgos y a un futuro incierto nos debería interpelar sobre nuestra praxis y desarrollar acciones tendentes a garantizar sus derechos y su protección real. Algunas de ellas podrías ser:

  • Poner en el centro realmente a la infancia y escuchar sus demandas y la percepción que tiene de su situación familiar, escolar,…
  • Formarnos en intervención social feminista, cultura del buentrato, enfoque de derechos humanos y la competencia socioafectiva como estrategias básicas de intervención.
  • Planificar las intervenciones y establecer plazos concretos para la intervención: dar infinidad de oportunidades de cambio a familias desprotectoras supone que el tiempo corre en contra de las criaturas.
  • Priorizar que las niñas y niños permanezcan en sus contextos familiares siempre y cuando estos no dañen; es cierto que hay que evitar la institucionalización, pero hay que reforzar las redes de apoyo, la familia extensa y el tejido comunitario protector que pueda cuidar mientras se interviene en profundidad con los referentes adultos. El objetivo es evitar la socialización de la infancia en contextos violentos. Hay que recordar que, por ejemplo, un maltratador no es un buen padre.
  • Establecer ratios acordes a la calidad de la intervención que deseamos. No se realizan intervenciones continuadas y en profundidad con más de 25 o 30 familias. Si trabajamos con más apagaremos fuegos, no haremos intervención social.
  • Incorporar un enfoque feminista, inclusivo e interseccional de la intervención, es decir, ponernos las gafas violetas y tener en cuenta las diversidades, no aplicar recetas prefijadas, cada familia es un mundo, cada niña y cada niño tiene experiencias vitales diferentes.
  • Trabajar desde la práctica basada en la evidencia y evaluar el impacto de nuestras intervenciones, analizando si mejoran la calidad de vida y el bienestar de la infancia, no solo de las personas adultas o de las instituciones que intervienen.
  • Optimizar recursos estableciendo coordinaciones periódicas; no pueden intervenir con una misma familia diferentes instituciones y profesionales sin ponerse de acuerdo en el plan de intervención.
  • Recuperar el trabajo social grupal y comunitario, y no sólo realizar intervenciones desde lo individual – familiar.
  • Situar a la infancia y adolescencia como protagonista plena de los procesos de diagnóstico social, planificación, intervención y evaluación.

Este pequeño decálogo sólo quiere contribuir a reflexionar sobre nuestras prácticas profesionales con la infancia, porque no debemos olvidar que lo que relate una niña de seis años tiene el mismo valor que lo refiera una persona adulta, es más, en muchas ocasiones, mayor veracidad. Creamos a las niñas y niños, hagamos que las criaturas se sientan seguras, cuidadas, protegidas y amadas, sólo con eso el mundo será un poquito mejor.

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