La invisibilización de la infancia

Hace algunos días tuve que valorar la situación social de un chaval con discapacidad a punto de cumplir 18 años. En el centro educativo me habían comentado la importancia de plantearle a la familia la necesidad de incrementar sus relaciones con iguales; pero ese chico no tenía iguales, no tenía amigos de su edad con quien pudiera relacionarse porque desde pequeño había sufrido el rechazo por no correr tan rápido como sus amigos y cuando les invitaba a sus cumpleaños siempre encontraban una excusa para no asistir. 

Hace algunas semanas otra madre se preguntaba dónde estaban los niños y niñas con discapacidad en los parques, playas, paseos,… decía que los centros de educación especial, de rehabilitación,… estaban llenos, pero luego, en la vida cotidiana se les escondía.

Son diversos los relatos de familias en este sentido, familias que temen que se burlen de sus hijos/as o que les traten con conmiseración, y no les hacen partícipes de las actividades de la vida cotidiana. Afortunadamente no todo es así, y cada vez más son numerosas las familias que apuestan por la inclusión y la visibilización, pero la sola existencia de un relato en la línea de los primeros resulta preocupante. Un mundo en el que un solo niño o niña desarrolle su infancia permeada por el rechazo será un mundo muy miserable.

¿Está la infancia con discapacidad presente en los juegos, en los parques, en los restaurantes, en los centros comerciales,…? ¿Vemos a peques “diferentes” en nuestra vida cotidiana? ¿Y cuál es nuestra mirada ante ello? ¿Qué valores transmitimos a la infancia sobre el respeto a las diversidades?

Desde que trabajo en discapacidad he aprendido a mirar el mundo de otra manera; la accesibilidad, la inclusión, el trato (buentrato),… se han convertido en ejes centrales de mi quehacer profesional y no profesional; el recorrido por los espacios públicos lo hago ahora de forma diferente, más atenta a las presencias o ausencias, a cómo el sistema favorece, o no, la vida de las personas con diversidad funcional.

No deja de resultar curioso cómo invisibilizamos determinadas realidades hasta que no nos tocan de cerca (entono el mea culpa por la parte que me toca). La pandemia por coronavirus también ha puesto en evidencia esa invisibilidad y cómo han primado los intereses adultos frente a los de la infancia. El impacto del confinamiento en la atención terapéutica a las criaturas con discapacidad ha sido brutal, el cierre de centros especializados en fisioterapia, terapia ocupacional, estimulación sensorial, logopedia, atención psicopedagógica,… ha frenado los avances y la recuperación o, simplemente, el mantenimiento de muchos casos. La prolongación del teletrabajo en muchas administraciones ha enlentecido procesos que beneficiarían a la infancia y sus familias (trámite de prestaciones, acceso a recursos,…), en definitiva, siempre las personas más vulnerables se ven más perjudicadas. Siempre se ha dicho que lo que no se nombra no existe, ahora añadimos: y lo que no se ve tampoco.

Esta semana ponía en mis redes sociales la foto que acompaña a este texto; en el municipio donde resido los parques infantiles llevan semanas cerrados mientras las terrazas y los bares continúan abiertos y llenos de gente adulta sin mascarilla. Como siempre, la infancia vuelve a resultar damnificada. Esa infancia que no vemos en los parques cerrados, esa infancia que no vota, esa infancia a la que no se escucha cuando relata vivir situaciones de maltrato,… esa infancia invisible frente al adultocentrismo reinante. Esa infancia que debemos cuidar y defender contra viento y marea porque de la infancia presente dependerá nuestro futuro.

Este post quiere transmitir un agradecimiento infinito a las niñas y niños que han soportado esta pandemia con una responsabilidad encomiable frente a la irresponsabilidad del mundo adulto, que cada día que pasa se convierte en un referente más inadecuado.

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