No somos histéricas, somos históricas

Esta frase ha sido un lema de los últimos 8 de marzo, lo he visto en varias pancartas y me encantó. Ahora ya no se utiliza tanto el término “histérica” en determinados contextos, pero se ha sustituido por otros similares que en el fondo vienen a decir lo mismo: cuestionar la capacidad de enfado, rabia y voz de las mujeres que se molestan ante decisiones o actuaciones machistas sin sentido. Este post ha sido inspirado por la intensidad de mi amiga Clara Bredy, a la que recomiendo seguir en su blog y a la que deseo siga viviendo la vida de esa manera intensa, y por este artículo (pincha aquí) también facilitado por ella y que recomiendo encarecidamente. 

En lo que llevamos de curso me han llamado histérica, intensa y hasta folclórica en varias ocasiones (no me voy a remontar al pasado, sólo me voy a centrar en este curso porque si cuento antecedentes no acabo). Todo ello por no callar y no asumir tácitamente los dictados de un hombre. El 8 de marzo, sin ir más lejos, asistí a una reunión técnica en la que participábamos seis mujeres y un hombre en la que, mientras las seis mujeres debatíamos cordialmente, el hombre permanecía en un silencio impasible… Cuando se le preguntó el motivo de su silencio tuvo a bien explicarnos que él prefería dejar hablar y escuchar y que luego hablaría él… sentando cátedra, por supuesto. Así conmemoré el 8 de marzo, con un mansplaining en toda regla.

Sólo este mes, las decisiones machirulas de un número importante de hombres han impactado desfavorablemente en mi vida, pero si protesto soy una histérica y si me callo me sale una úlcera… Sólo este mes, infinidad de mujeres se han puesto en contacto conmigo para consultarme situaciones de violencias machistas y pedirme asesoramiento; situaciones sangrantes en las que, pese a las campañas del tipo “no estás sola”, las mujeres se sienten cada vez más desprotegidas y aterradas ante un sistema que no ofrece apoyos eficaces e inmediatos sino una maraña de burocracia y una rueda en la que no paran de dar vueltas para llegar siempre al mismo punto: cuestionar su relato, amenazar su seguridad y ausencia de recursos (el último caso que me plantearon fue el de una mujer joven, víctima de violencia, con una hija a la que le acababan de cortar el agua y temía la intervención de los Servicios Sociales por si le quitaban a la niña por no haber podido hacer frente a los pagos requeridos mientras el maltratador se va de rositas). Pero si gritas y protestas, eres histérica, o mala madre… o todo a la vez. Y por cierto, aunque esto daría para otro post, tenemos que acabar de una vez con la imagen de quitaniños que tenemos las y los profesionales del Trabajo Social, no puede ocurrir que una mujer no se acerque a pedir ayuda a Servicios Sociales por miedo…

Y mientras no paramos de invertir dinero público en campañas sobre nuevas formas de violencia, la de siempre, la que ejercen los hombres en las relaciones de pareja o expareja, parece que ya no está de moda. Las mujeres siguen siendo asesinadas y violentadas mientras unos partidos políticos niegan esta realidad y otros se dedican a festejar la primavera. Y en medio nosotras, a quienes nos quieren silenciadas e invisibles. Pero no, no podemos perder la vehemencia, la potencia y el entusiasmo, no podemos dejar de ser intensas porque nos va la vida en ello. Hemos de ser estrategas y evitar el desgaste en conflictos que no conducen a ningún lugar, pero no callar ante las injusticias, las desigualdades y las violencias.

Estamos conviviendo en una sociedad profundamente enferma, pero también con potencial sanador. También este mes me han contado cómo se incrementan los casos de autolesiones en adolescentes, cómo chicas (especialmente) y chicos de menos de 25 entran en procesos depresivos agudos y cómo la salud mental de la gente joven es cada vez más frágil. En los centros de secundaria se vive cada vez mayor desborde ante este tipo de problemáticas… pero no son las criaturas las que están enfermas, es la sociedad la que genera ese malestar y no podemos seguir abordando individualmente lo que requiere profundos cambios estructurales. Los estados del bienestar se desmoronan, la soledad y la desvinculación afectiva suplida con horas y horas frente a pantallas, la falta de expectativas de empleos de calidad para la juventud está construyendo unas generaciones complicadas, pero en cuyas manos está el futuro de la humanidad.

Y todo esto y más… en un mes. ¡No vamos a ser intensas! Así que no podemos apagar la voz, hemos de mostrar nuestro inconformismo, nuestra rabia y nuestro malestar con un sistema profundamente dañino para las personas, y especialmente para las mujeres y la infancia, porque no pueden ganar los depredadores, porque no van a ganar los violentos, porque somos más las intensas que defenderemos con uñas y dientes nuestro derecho a la felicidad, a la libertad y a vivir vidas libres de violencia, dignas de ser vividas.

Este mes también ha sido el Día Mundial del Trabajo Social, un disfrute entre tanta intensidad… y para seguir disfrutando, una canción acorde con este post, dedicada a todas las intensas…

 

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