Familia

Venimos al mundo en un contexto determinado y en una familia que no elegimos, que nos viene dada. Cada familia es un mundo, familias diversas (homomarentales, homoparentales, multiculturales, reconstituidas,…), familias tradicionales, familias bientratantes, familias maltratantes,… Hay familias que proveen afectos, cuidados, seguridad, protección,… y hay familias que no saben cómo proveer esos aspectos y la negligencia, el abandono y el maltrato son constantes en el desarrollo evolutivo de la infancia, causando un daño a las y los “peques” que puede costar mucho sanar, y que, en ocasiones, no sana nunca aunque se aprenda a vivir con ello. 

Trabajo diariamente con muchas familias, de todos los tipos mencionados y otras muchas. Familias “biológicas”, acogentes, adoptivas,… familias de elección. Ser madre o ser padre es algo más que hacer biológicamente una criatura, esto es una perogrullada, pero es así; la maternidad o la paternidad es crianza, es compromiso de cuidado, es buentrato. Recientemente, el director de un colegio me decía que todas las personas que quisieran tener hijos/as deberían pasar una prueba de idoneidad y una formación previa, como las familias adoptivas, pero en este mundo cualquiera puede tener “churumbeles” sin que se les exija una determinada competencia parental; esta premisa de la idoneidad para todo el mundo la sostenemos desde hace mucho tiempo profesionales que nos dedicamos a la intervención social con menores desde distintos escenarios, sin embargo, iniciativas que se llevan a cabo para potenciar las competencias marentales/parentales entre progenitores tienen escaso éxito y las familias que acuden a talleres, espacios de formación de familias, suelen ser las que menos lo necesitan y más conscientes son de una crianza adecuada. Y me podrán cuestionar, ¿y quién define lo adecuado? Creo que los límites hay que situarlos en el impacto y el daño emocional, físico, sexual,… que pueda provocar a un/a menor una familia “inadecuada”. Veo a diario casos de menores en unas condiciones absolutamente vulnerables, con padres maltratantes (y cuando digo “padres” me refiero a hombres), que siguen en sus entornos familiares porque el sistema que debe protegerles está colapsado y no dispone de los recursos necesarios para garantizar su bienestar. Niños/as que esperan que se les quiera pero cuyos progenitores están más ocupados en “enseñarles” a jugar al “Call of duty” (con 8 años) o a beber alcohol (con 12) que a garantizar sus cuidados. ¿Se debe declarar en desamparo a un menor de 8 años que juega al GTA y agrede sistemáticamente a sus iguales? Me responderán que no, que hay que trabajar con la familia para generar pautas educativas adecuadas, pero ¿y si con 8 años la familia no responde? ¿Y si llega a los 12 fumando y bebiendo? ¿Y si llega a los 13 manteniendo relaciones sexuales precoces sin control? ¿Y si durante 3, 4, 5, 6,… años una criatura se pasa reclamando que su padre le quiera y su padre es esa figura ausente que aparece un par de veces al año para decirle que su madre es una mala puta y vuelve a desaparecer? ¿Qué aprende esa criatura de la vida, de las relaciones afectivas, de los cuidados,…? ¿Responderá el sistema de bienestar al daño causado? ¿Cuándo? ¿Cuándo sea demasiado tarde?

¿Creen que exagero? No, no hago más que describir situaciones absolutamente cotidianas que viven miles de menores en nuestro país (millones en todo el mundo).

¿Pueden llegar a imaginar el impacto emocional que puede tener una familia maltratante en una criatura? Porque maltrato no es pegar palizas sistemáticamente, maltrato es no escucharle, no responder a sus necesidades afectivas, decirle que no sirve para nada, que es torpe, que mejor hubiera sido tener un cerdo y haberlo vendido que a él/ella,… maltrato es permitir que pegue, escupa, muerda,… (normalmente como forma de expresión de un malestar) y no poner límites con afecto; maltrato es rechazar su identidad de género u orientación sexual; maltrato es ignorar, humillar, hablar mal del otro/a progenitor/a (separados o no); maltrato es romperle un dibujo porque no se ajustaba a nuestra idea de perfección, poner “arrestos” eternos sin plazo de finalización sin que se sepa muy bien la causa, no decir nunca una palabra amable,…

Hay muchas formas de maltrato y aquel que viene de seres con los que se supone que debe haber un vínculo afectivo es tremendamente doloroso. Por eso me enerva cuando cuesta tanto retirar la patria potestad a un padre (o madre) maltratante, sobre todo a los padres, el poder del “pater familias” sigue intocable, así cometa los maltratos más aberrantes… “es que es su padre”…

No elegimos a nuestra familia “biológica” (con todos los matices posibles para este término), no se puede obligar a una criatura a tener afecto a un progenitor maltratante, pero sí podemos ofrecer a las niñas y niños otras familias, otros modelos. Sí podemos elegir cuando somos personas adultas quiénes forman parte de nuestra familia y quiénes no, nos unan o no vínculos de sangre. La sangre no une, el buentrato sí (utilizo el término “buentrato”, así, unido, como lo nombra Fina Sanz en su recomendable trabajo “El buentrato como proyecto de vida”, 2016, Kairós)

Como profesionales del Trabajo Social (y de la intervención social en sentido amplio) creo que tenemos que comprometernos firmemente por el buentrato, por la igualdad, por la defensa del bienestar de la infancia; será la única manera de prevenir la violencia machista, será la única manera de garantizar un futuro en paz, respetuoso con la diversidad y bientratante.

Nota: Escribo este post después de que un “padre” (que no merece ese nombre) saltara con su hija por una ventana del Hospital La Paz en Madrid y la asesinara. Antes de saltar le dijo a la madre: “te voy a dar donde más te duele”… Eso no es familia.

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