¿Cuándo perdimos la cordura?

En días recientes, dieron un reportaje en mi programa televisivo de cabecera, “El Intermedio”, en el que contaban que un colectivo nada desdeñable de personas en Estados Unidos, decían que los pájaros no eran reales, “Birds aren’t real” era su lema. Proclamaban muy convencidos que las aves eran en realidad drones del gobierno programados para su control (y por esta razón se dedicaban a masacrarlas); hasta la Casa Blanca tuvo que poner en su Twitter, “Birds are real”, pero cuando en tu mente caótica crees que todo es una conspiración gubernamental para tu control, ni que su presidente les confronte, ni que les lleves a la naturaleza y vean cómo nacen los polluelos. 

Esta es una de las miles de ideas disparatadas que hemos oído en los últimos años, pero no será la última, me temo. Resulta paradójico que en la sociedad del conocimiento, de los mayores avances tecnológicos y científicos en la historia de la humanidad, existan personas, muchas, que están firmemente convencidas de que la tierra es plana, que nos visitan los extraterrestres y/o que están infiltrados entre los humanos, que beber lejía cura el coronavirus, que la nieve no existe, que las vacunas llevan grafeno / chis de control / provocan autismo o cáncer / permiten rastrearnos por microondas / nos matan a partir de los tres meses de pincharnos / (coloque aquí cualquier otro disparate). Lo curioso es que muchas de estas ideas están sostenidas por personas que, aparentemente, no manifiestan problemas de salud mental, y, sin embargo, convendría preguntarse si negar la evidencia científica no se podría considerar un nuevo tipo de trastorno, propio de la sociedad enferma que habitamos.

Siempre me ha apasionado el mundo de las creencias, especialmente religiosas o pseudocientíficas; en mi época de periodista ejerciente, allá por la década de los 90, investigué grupos sectarios y conocí personajes surrealistas, pero nada comparable a la proliferación de nuestros días, magnificada eso sí, por las redes sociales. Si hace décadas había niveles de irracionalidad hilarantes, ahora no dan risa, dan miedo. Las teorías de la conspiración se han vuelto la religión de numerosos colectivos, la vinculación a grupos de ultraderecha y el objetivo último de desestabilizar gobiernos progresistas (ej. QAnon), es el leitmotiv de personas que atraen cada vez más adeptos, que se retroalimentan de las mismas fuentes (grupos cerrados de Telegram y vídeos de YouTube) y que, atrincherados en sus planteamientos, no permiten debates serenos ni aporte de pruebas que desmonten su irracionalidad. Donde se ponga un gurú de Telegram que se quiten 50 artículos con revisión por pares. Es tal el grado de fanatismo y de seguimiento ciego a planteamientos absurdos, que lo que en un principio parecía algo divertido (que hacía reír por lo disparatado) se ha convertido en delitos contra la salud pública o en delitos de amenazas y coacciones. Esta semana conocíamos otra noticia preocupante: más de 6.000 profesionales de la sanidad canaria han sido amenazados y agredidos por antivacunas; no hablamos de uno o dos casos aislados, más de 6.000 personas que se han dejado la vida por nuestra salud, recibiendo amenazas de fanáticos/as. Porque una cosa es que una persona no quiera vacunarse por x motivos (cosa que está muy mal porque no contribuye a la inmunidad de grupo y seguiremos teniendo virus y variantes hasta el infinito y más allá, lo que se dice solidaridad cero), bueno, vale, aceptemos pulpo como animal de compañía, pero una cosa es tomar una decisión personal, que no beneficia a la colectividad, y otra dar un paso más allá hacia la agresión a profesionales que nos cuidan y que, no sólo están teniendo que enfrentarse a una pandemia muy compleja, sino que encima tienen que aguantar el maltrato de sus pacientes (o no pacientes).

En esta época en la que tanto se habla de salud mental, y que se ha puesto sobre la mesa la necesidad de incrementar profesionales en esta especialidad, nos tendríamos que plantear seriamente la creación de unidades especiales en desprogramación sectaria. El funcionamiento mental de muchos/as conspiracionistas y negacionistas es el mismo de quienes se vinculan a grupos de control coercitivo (sectas), llegando a desvincularse de familia y amistades para iniciar una cruzada por la defensa de sus creencias. Nos espera una tarea ardua para confrontarles con la lógica y la ciencia.

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