Escepticismo, pseudociencias y género

Este será un post fuera de lo habitual y un tanto extenso, aviso a navegantes por si quieren desconectar. Como muchas personas saben, además de trabajadora social, estudié ciencias de la información (en la especialidad de periodismo), y me interesa la divulgación y el cuestionamiento permanente de bulos e informaciones sin evidencia científica, especialmente en aspectos que inciden en nuestra salud (en sentido amplio, según la definición de la OMS) y en aquellos otros aspectos que atentan contra la igualdad entre mujeres y hombres.

Como entretenimiento y aprendizaje, en mis ratos libres en redes sociales, estoy vinculada a un grupo de Facebook sobre escepticismo en el que se cuestiona el “magufismo” (1) imperante, suele ser divertido y se comparte información de interés; lo llamativo del grupo, que integramos casi 700 personas y que tiene una administración paritaria del mismo (3 mujeres y 3 hombres, yo entre ellas), es que cada vez que aparece algo relacionado con cuestiones de género surge la polémica, pero polémica, no un sano debate de intercambio de opiniones fundamentadas y bibliografía de interés, no, polémica en la que habitualmente los mismos “señoros”, sin estudios de género, discuten y ridiculizan a las mujeres que sí saben (sabemos) del tema. La dinámica siempre es la misma, haciendo sentir incómodas a varias compañeras, que han llegado a abandonar el grupo, hartas del cuestionamiento permanente.

Por eso me he animado a escribir este artículo, por eso y por este vídeo de Rocío Vidal, La gata de Schrödinger, pincha aquí, que desmenuza a un youtuber misógino, pero con gran influencia entre la juventud, y no tan jóvenes. Como considero que el género es transversal a cualquier tema que abordemos y que todo, incluidas las pseudociencias y el escepticismo que usamos para desmontarlas, está atravesado por condicionamientos de género, voy a desarrollar algunas ideas sobre cómo nos influye el género a la hora de posicionarnos en el mundo, incluido el mundo escéptico. Allá vamos. 

Pero, ¿qué es eso del género?

En un artículo anterior de este blog, explicaba que el género es una categoría de análisis que nos permite comprender las desigualdades que se han construido históricamente entre ambos sexos. Es una categoría cultural, analítica y explicativa que permite reconocer en esta sociedad patriarcal que lo femenino y lo masculino no es biología o naturaleza, es cultura. En palabras de Lerner (1990, p. 340) en su libro La creación del patriarcado:

El sistema sexo-género es un término muy práctico (…) que se refiere al sistema institucionalizado que asigna recursos, propiedades y privilegios a las personas de acuerdo con el papel de género que culturalmente se define.  De esta forma, el sexo es lo que determina que las mujeres tengan niños/as, pero es el sistema de sexo-género lo que asegura que ellas serán las que los cuiden.

También es conveniente matizar que no existe el concepto “ideología de género”, es como si dijéramos que hay ideología de etnia, ideología de edad, ideología de orientación sexual,… esa expresión ha sido acuñada por la ultraderecha para desprestigiar décadas de estudios de género. Estos estudios surgen precisamente a raíz de la segunda ola del movimiento feminista; en los años 60/70, teóricas de diferentes disciplinas (Friedan, 1963 y su “Mística de la feminidad”; Millet, 1970 y su Sexual Politics; Rubin, 1975 y su sistema sexo-género; Scott, 1986 y su Gender: A Useful Category of Historical Analysis´,…) comienzan a poner nombre a situaciones de discriminación, desigualdad, violencias,… que afectaban a las mujeres y que habían permanecido invisibilizadas y sin abordar de forma especializada durante siglos. Sólo un dato, el acoso sexual se nombró como tal por primera vez en 1973.

La teoría de género, por tanto, y su aplicación práctica, la perspectiva de género, abarcan los planteamientos teóricos, metodológicos, filosóficos, éticos y políticos necesarios para comprender el complejo de relaciones de poder que determina la desigualdad entre hombres y mujeres. Permiten visualizar a las sociedades y a las culturas en su conjunto, y por lo tanto a todos los sujetos que intervenimos en sus procesos, mujeres y hombres, y buscan entender y transformar el mundo y las relaciones de género (Cazés, 2000).

Fruto de los estudios feministas, se han acuñado conceptos como roles o estereotipos de género, se han identificado los agentes de socialización que contribuyen a la construcción de identidades marcadas por el género y se han diseñado estrategias para analizar y desmenuzar de manera explícita las características y mecanismos del orden patriarcal y sus aspectos nocivos, destructivos, opresivos y enajenantes. La perspectiva feminista o perspectiva de género (para mí han de ser conceptos equivalentes) implica ejercer una crítica de la sexualidad, de la cultura y de la organización política de la sociedad, al tiempo que es una propuesta de transformación democrática que permite entender que la vida y sus condiciones y situaciones son transformables hacia el bienestar si se construyen desde la equidad, la igualdad y la justicia (Lagarde, 1996, Cazés 2000).

Los estudios de género se afianzan en las universidades, se crean centros de investigación, unidades de igualdad,… y ya nadie, medianamente informado, tiene argumentos sólidos para cuestionar décadas de investigación sobre el tema… Bueno, sí, los señoros, cuñados y demás especies, en un alarde habitual de misoginia sin fronteras, sí lo hacen, pero eso daría para otro largo post.

Esta breve introducción nos va a permitir aplicar un análisis de género sobre la construcción de creencias pseudocientíficas y el sesgo de género que presentan. Y antes de finalizarla, señalar, por si no ha quedado claro, que el género es una categoría relacional, es decir, se refiere a mujeres y hombres, hablar de género no es hablar de mujeres, es hacerlo de las relaciones desiguales que se construyen entre ambos, y cómo los privilegios benefician a unos y las opresiones perjudican a otras.

“El hombre piensa, la mujer siente” (manual interno de los Testigos de Jehová, archivo de la autora)

La eclosión del movimiento feminista en los años 70 coincide paralelamente en el tiempo con más movimientos de contestación social; nos situamos en la Guerra de Vietnam y su respuesta pacifista o en el mayo francés del 68 (liderado por hombres, oh, sorpresa!). Los derechos civiles estaban en juego y las mujeres desempeñaron un papel importante en las luchas, aunque invisibilizadas del liderazgo. El feminismo de esa época, harto de que los derechos de las mujeres siempre estuvieran en segundo plano, decide poner en la agenda política sus propias reivindicaciones: los derechos sexuales, las violencias sufridas,… lo personal pasa a ser político.

Coincidente en el tiempo, surgen otras corrientes lideradas por mujeres que, en lugar de abogar por transformar las condiciones de opresión, desigualdad y subordinación, se esfuerzan por mantenerlas bajo una pátina de espiritualidad y “buenrollismo”. Comienza la New Age. Hay quien dice que el auge de estos movimientos alternativos fue una estrategia orquestada, incluso por Agencias de Inteligencia, para limitar el poder del movimiento feminista (y de otros movimientos sociales), pero eso entra dentro de las teorías conspiranoicas y no seré yo quien transite esa senda. Lo cierto es que hay una coincidencia temporal de determinadas revoluciones sociales con las “revoluciones espirituales”, de la liberación sexual y su Make love not war, pasamos a la búsqueda interior. Iniciados los 80, se publica “La conspiración de Acuario” de Marilyn Ferguson, el libro de cabecera de quienes querían más interiorización y menos activismo social. No deja de resultar llamativo que mientras en unos escenarios se articulaban luchas colectivas y se reivindicaban derechos sociales, en otros, el planteamiento era profundamente individualista, poniendo el acento en la persona en lugar de en los factores causantes de opresión. Curiosamente, en los 80 y los 90 nos invaden una sucesión de autoras “Made in USA” que, al tiempo que nos instaban, especialmente a las mujeres, a esa búsqueda espiritual interior, hacían caja con la venta de libros y una profusión de terapias alternativas. Una constante es recuperar el conocimiento ancestral de nuestras antepasadas y traer una variedad de creencias orientales, sincretizadas para el mundo occidental con la promesa de alcanzar la iluminación en cómodos, y rápidos, plazos. Ferguson (1985) cita algunas: biofeedback, entrenamiento autógeno, método Silva, teosofía, reiki, curso de milagros,… entre otras muchas.  Paradójicamente, esos “nuevos” (o no tan nuevos) planteamientos, no tienen nada de innovadores para las mujeres y sí un importante sesgo de género. Se refuerzan los estereotipos tradicionales (mujeres asociadas a la corporalidad, a lo doméstico, a lo emocional); Jean Shinoda Bolen afirmaba lo siguiente en 1988:

En tiempos pasados, cuando la metáfora y el arquetipo, en lugar del conocimiento científico, describían el funcionamiento de las cosas, había una sensación de respeto admirado hacia las mujeres. La admiración tenía que ver con los cambios que atravesaba su cuerpo. La niña se convertía en una mujer cuando menstruaba; la sangre siempre ha tenido una cualidad numinosa. Sangraba todos los meses hasta que se quedaba embarazada, y entonces dejaba de sangrar durante nueve meses y se convertía en un recipiente para la nueva vida. Se creía que retenía la sangre en su cuerpo para formar al bebé. Después de tener a su bebé, volvía a sangrar, mes tras mes, hasta la menopausia, en que de nuevo dejaba de sangrar. Esto también era admirable, pues entonces se creía que retenía la sangre en su cuerpo, no para formar un bebé, sino para alimentar su sabiduría. (Conferencia impartida en California)

En los 90, Maureen Murdock publica “Ser mujer, un viaje heroico”, que todavía hoy, a las puertas de 2021, puede encontrarse en librerías reeditado, y en el que podemos leer perlas como esta:

[las mujeres] pueden sentir una repentina urgencia por aprender cerámica o cocina, por la jardinería o por recibir un masaje, o por crear un nido acogedor. (…) Mujeres que han tenido como meta principal su carrera, posiblemente desean ahora el matrimonio y la maternidad (pp. 17-18)

(…) ver lo sagrado en todos los actos cotidianos, como lavar platos, limpiar el cuarto de baño o trabajar en el jardín. La mujer se alimenta y se cura arraigándose en lo cotidiano (p. 169)

Para qué vamos a querer ser físicas cuánticas, pudiendo cocinar o limpiar el WC, dónde va a parar… Otra sonriente norteamericana, Marianne Willianson, en 1994, publicaba “El valor de lo femenino” donde podemos leer bonitas sugerencias del tipo:

Olvidamos el papel que hemos venido a interpretar. Hemos perdido la llave de nuestra propia casa. Vivimos delante de la puerta. El estrés que produce estar tanto tiempo fuera de casa nos hace daño, incluso nos mata. No debemos quedarnos fuera; tenemos que encontrar la llave, porque mientras no lo hagamos, continuaremos ajándonos, y se nos seguirán marchitándonos la cara, los pechos, los ovarios y nuestra historia. Estamos cayéndonos y desmoronándonos. (p. 15)

Afortunadamente, y en honor a la verdad, hay que decir que Willianson no siguió desmoronándose y dio cierto giro a semejante disparate, dedicándose a defender los derechos de las mujeres y la infancia, entre otros, y vinculándose a opciones progresistas en EE.UU.

También en España tuvimos una época dorada de la expansión de las pseudociencias, especialmente en los 90, con personajes vinculados a la extrema derecha como el exdirector de las revistas “Próximo Milenio” o “Más Allá”, Isidro Juan Palacios que, en 1995, publicó un artículo titulado “La mujer ha caído. La cultura ha muerto”, y en una evidente misoginia llegó a afirmar, entre otras lindezas, que

(…) las mujeres de hoy ganadas para la cultura occidental son unas esposas que abandonan sus deberes; que salen de la casa; que matan, rechazan o se desligan de sus hijos; que se exhiben y entran en delirio fuera del ámbito doméstico; (…) que se han olvidado de la ya antigua religión del hogar y que no saben lo que es el amor.

Podría seguir citando ejemplos hasta el infinito y más allá, pero esto se haría interminable. Lo preocupante es que el impacto de esos planteamientos continuó décadas, hasta la actualidad, y todavía nos podemos encontrar un fuerte sesgo de género en el reparto de roles entre mujeres y hombres en el “mundo del misterio”; ellas son las psíquicas, videntes, echadoras de cartas,… las que conectan con “lo emocional”, y ellos son los estafadores, los que engañan sin rubor inventando productos sin ningún aval científico (pero aparentemente vinculados a “lo racional”). Ellos, es verdad, no se me había olvidado, qué ocurre con la construcción de la masculinidad desde las pseudociencias.

Iron John, el superhéroe de la masculinidad magufa

Si en las mujeres, el mundo del misterio nos resalta los atributos físicos (seres de luz menstruantes) y emocionales (sensitivas, intuitivas y vinculadas a la madre Gaia), ellos también tuvieron su momento dorado en las pseudociencias, reforzando los roles y estereotipos de género. Robert Bly publica en 1990 Iron John, con el atrayente subtítulo: una nueva visión de la masculinidad, pero nada más lejos de lo novedoso. Frente al auge feminista que demandaba otros modos de ser hombres, alternativos a la violencia y la restricción emocional, Bly consideraba que había que recuperar la masculinidad ancestral perdida y volver al “hombre primitivo” o el “hombre peludo” (sic), frente a la feminización del hombre moderno. En su obra describe la necesidad de recuperar los ritos iniciáticos por los que un varón pasa de niño a adulto y desestima e infravalora la influencia de las madres en la vida de los niños. Es un movimiento esencialista, misógino y heterocéntrico, alimentado por corrientes de la Nueva Era de profundo carácter conservador, aunque se presenten revestidas de vanguardismo. A los seguidores de estas corrientes se les denominó espiritualistas o mitopoéticos (Flood, 1996), y algunos ejemplos de su pensamiento los podemos ver aquí:

Cuando las mujeres, aun con las mejores intenciones, crían solas a un niño, éste podría no tener cara de hombre, o sencillamente podría no tener cara. (…) Las mujeres que criaban solas a sus hijos eran sumamente conscientes de los peligros de la falta de un modelo masculino (p. 26).

Algunas personas no distinguen entre el instinto salvaje y el instinto agresivo. En las últimas décadas, el ala separatista del movimiento feminista se ha esforzado por eliminar el lado salvaje de los hombres en un justificado temor a la brutalidad (p. 53)

Desde el feminismo siempre se ha pensado que el riesgo para un niño es infinitamente mayor si convive con un maltratador, por mucho que le aporte un modelo masculino (qué es un modelo masculino, por otra parte), que convivir solo con su madre, pero Bly no parece opinar lo mismo. También desconocemos cuál es el ala separatista del movimiento feminista, pues no existe tal ala así denominada, y pese a que el temor a la violencia masculina está más que justificado: las cifras de violencia de género son claras en ese sentido, Bly sigue empeñado en recuperar su lado salvaje. Esta violencia pasa totalmente desapercibida para los mitopoéticos y el problema central para ellos es el sufrimiento que ha generado en los hombres la asunción de valores femeninos que los han desligado de su verdadera esencia (volvamos al hombre de las cavernas, claro que sí).

Siguiendo a Guasch (2006), la masculinidad dominante es el resultado de una estrategia social mediante la cual ciertos varones se reconocen y respetan entre sí. Las mujeres, los gays, las personas con discapacidad y los miedicas constituyen una alteridad devaluada frente al modelo hegemónico de hombría. La complicidad entre varones se basa en la exteriorización ritual y verbal del sexismo, de la misoginia y de la homofobia. Sin embargo, no hay lugar en la naturaleza humana, ni en el cuerpo de los varones, donde habite la masculinidad. Ésta es una idea, un producto histórico, una invención cultural que han pretendido naturalizar. Afirmar que las diferencias entre humanos son de origen natural permite deslegitimar las políticas sociales contra la desigualdad.

La construcción de la masculinidad hegemónica o tradicional (aquella que asigna y reproduce los roles y estereotipos de género dicotómicos), está marcada por las siguientes características (Miedzian, 1995; Pescador, 2004; Guasch, 2006; Bonino, 2008):

  • la distancia emocional o aquello de “los chicos no lloran”. La ausencia de expresión emocional deshumaniza y construye relaciones impersonales.
  • el control (especialmente de las situaciones externas y de quienes se alejan de las masculinidades hegemónicas).
  • la racionalidad y el orden. El mundo masculino no está para labilidades emocionales ni incertidumbres, se ha de ser aséptico y meticuloso. El Siglo de las Luces alumbró la razón, pero excluyó a las mujeres del conocimiento; para la masculinidad hegemónica ser “un hombre de verdad” implica ser el hacedor de un orden razonable, neutro y objetivo al servicio de sus intereses.
  • la competitividad. Tanto hombres como mujeres han entrado en la dinámica competitiva con resultados desiguales en diferentes esferas, pero si bien la competitividad femenina se ha construido como rivalidad y separación, en la masculina prima el “pacto entre caballeros” (véase fratrías).
  • el empleo à el manejo de la economía. La división sexual del trabajo atribuyó a los hombres el mundo del empleo y el dinero y a las mujeres la domesticidad y la dependencia económica. El incremento de dinero satisface la ambición y favorece el ejercicio del poder mientras su disminución coloca a la persona en situación de vulnerabilidad, de no pudiente, de impotente. La disminución de la cantidad de dinero se asocia simbólicamente a la disminución de la potencia sexual y, por ende, a la pérdida de virilidad (Coria, 2006).
  • las hazañas sexuales. La masculinidad hegemónica tiene una mirada heterosexuada del mundo y lo “normal” y “natural” son las relaciones entre hombres y mujeres, estigmatizando cualquier otra orientación o conducta sexual como inmoral y antinatural. Así pues, partiendo de lo heteronormativo, la cantidad es un símbolo de masculinidad, “ir de putas”, por ejemplo, es un ritual iniciático que estrena en los brazos de la masculinidad a los jóvenes.
  • el riesgo. La masculinidad es teatralidad, alardear, en ese sentido, las conductas de riesgo son más profusas en los varones, y a través del consumo de alcohol y otras sustancias, y especialmente de la conducción de vehículos, se demuestra la virilidad.
  • el deporte à fútbol. Si hay un deporte que supone la iniciación de los niños a la masculinidad dominante, ese es el fútbol, uno de los pocos espacios donde se permite que los hombres se abracen, se rocen, se besen en la euforia ganadora.
  • hacer trampas / fabular / blasfemar. El orden simbólico masculino se manifiesta en las prácticas ya descritas, en las que se inicia a los niños desde pequeños: jugar bien al fútbol, sobresalir en juegos competitivos, hacer gamberradas (mucho más legitimadas en los chicos que en las chicas) evitando el castigo, usar expresiones vulgares y obscenas (que en muchos contextos resultan “graciosas” y se les refuerzan a los niños, no así a las niñas).
  • el éxito social. Si las características anteriores se cumplen (sin estrellarse en la carretera y evitando ser imputado por corrupción), se alcanza el éxito masculino, y para que sea exitoso de verdad, ha de ser narrado y fanfarroneado delante de los iguales, para la masculinidad hegemónica de nada sirve el éxito si no es para contarlo, presumirlo y agrandarlo.
  • las “fratrías”: mientras a las mujeres se las ha socializado en la rivalidad (divide y vencerás), a los hombres se les ha socializado en las fraternidades, en la camaradería, los pactos entre caballeros, como forma de expresar la virilidad. El espíritu de equipo, de combate, ha sido mucho más exacerbado en el caso de los hombres y la complicidad y alianzas que se establecen entre ellos frente a actos deleznables como la violencia de género priman por encima del posicionamiento personal. Las violaciones colectivas son un ejemplo del peso de la “fratría” frente al rechazo personal que le pueda generar a un miembro del grupo tal conducta. La “fratría” (no en su sentido histórico de la antigua Grecia, sino en su significado etimológico de hermandad entre hombres), cierra el círculo de las características de la masculinidad hegemónica.

¿Cuántas de estas características nos resuenan a la doctrina espiritualista/mitopoética antes mencionada?

Y frente a esto, ¿qué tiene que decir el escepticismo?

El escepticismo parte de poner en duda cualquier afirmación que no esté avalada por la evidencia científica. Parece que cuando hablamos de ciencia sólo nos referimos a átomos, moléculas, ecuaciones, ADN,… y actualmente a PCR y vacunas. Sin embargo, las ciencias sociales cuentan con evidencia, décadas de estudios de género avalan lo descrito en epígrafes anteriores, y, sin embargo, cada vez que algunas adoptamos un posicionamiento feminista frente a cualquier cuestión, parece que opinamos sin fundamento y una avalancha de insultos cae sobre nosotras, las “histéricas” o “feminazis”. El vídeo de Rocío Vidal que nombraba al inicio de esta reflexión aborda a un youtuber muy conocido que reproduce, paso por paso, los elementos de la masculinidad tradicional. De los 50 youtubers con más millones de seguidores en España (quitando los canales infantiles), sólo dos son mujeres y una de ellas, dos niñas. En este top figuran personajes, que no voy a nombrar para no hacer publicidad gratuita, que destacan por su machismo y misoginia (seguidos mayoritariamente por adolescentes y jóvenes).

Creo que desde hace mucho tiempo se vierten en medios de comunicación, y especialmente en redes sociales, afirmaciones sexistas sin ningún sustento científico, pero mientras nos rasgamos las vestiduras con negacionistas del COVID-19, con antivacunas o con quienes defienden la tierra plana, somos más benevolentes con quienes hacen círculos de fuerza masculina para aprender a ligar (vuelvo al vídeo de la Gata de Schrödinger). No dejaré de agradecer hasta el último momento, la valentía de Rocío Vidal por poner en evidencia la misoginia que campa a sus anchas por las redes; mientras, en nuestro país, el feminismo se enfrenta por cuestiones que no tienen la influencia real en jóvenes como la están teniendo youtubers misóginos. O nos esforzamos en denunciar a semejantes personajes o vamos a tener una generación que cree que el porno es real y que las mujeres seguimos siendo trofeos que conquistar en una noche de ligue.

No sé si habrá quedado claro el vínculo que tiene el pensamiento mágico y pseudocientífico en el mantenimiento de estereotipos de género, si a ello le sumamos el conservadurismo que también alimenta a estos personajes, el cóctel resultante es muy peligroso.

Hay un eslogan feminista que dice: “somos las nietas de las brujas que no pudisteis quemar”, mantener viva la memoria de las miles de mujeres exterminadas por transgredir el orden patriarcal no significa reunirnos en el monte a hacer círculos y danzas mágicas, significa luchar contra el orden establecido y construir un mundo igualitario y respetuoso en las relaciones entre ambos sexos del que nuestras predecesoras se hubieran sentido orgullosas. Si bien el cambio individual es necesario, y la toma de conciencia personal imprescindible para transformar esta sociedad, no puede hacerse al margen de la lucha colectiva.

En 2011, presenté una comunicación a un Congreso Internacional sobre Manipulación psicológica, grupos sectarios, socioadicciones y sus daños titulada “El género como categoría de análisis de los nuevos movimientos religiosos: la manipulación de las mujeres hacia la subordinación”, en la que abordé parte del análisis realizado en este artículo. Dicha comunicación se cerraba con un cuadro sobre el impacto de las religiones / nuevos movimientos religiosos (NMR), la nueva era o el feminismo tenían en la vida de las mujeres. El feminismo ha transformado la vida de millones de mujeres en el mundo, y no ha matado a nadie. Millones de mujeres han sido asesinadas o violentadas a consecuencia de creencias religiosas o pseudorreligiosas. Creo que la elección es clara, y el posicionamiento como seres racionales, críticas/os, escépticas/os,… también.

RELIGIONES TRADICIONALES / NMR GRUPOS “NEW AGE” ALTERNATIVAS FEMINISTAS
Rol de la mujer: esposa y madre, servidora del varón. Esencia “femenina” natural. Alternancia de roles sin descuidar los tradicionales Autoidentidad: ser para sí frente al ser para otros/as
Espacio doméstico, alejamiento de la vida pública Espacio doméstico / espacio público à vuelta a la domesticidad Equilibrio en espacios (p/p/d). Corresponsabilidad entre espacios personales, familiares y laborales
Valores asociados: devoción, amor incondicional, entrega,… Intuición, naturaleza, armonía, reconciliación,… Inteligencia, valentía, compromiso social,…
Represión / control de la sexualidad à sexismo y lgbtifobia Sexualidad funcional como reproductora y objeto sexual Sexualidad libre, derechos sexuales y reproductivos. Respeto a la diversidad
Bloqueo en el acceso a los espacios de poder à estructuras jerárquicas Ejercicio de poder “íntimo”, no colectivo. Acceso a TODOS los espacios de poder à ejercicio de ciudadanía
Invisibilidad Visibles en “lo alternativo”: construcción y fusión de mitos Visibilidad y protagonismo
Subordinación Dependencia del “maestro o gurú” de turno Independencia y autonomía
Discriminación Desigualdad IGUALDAD

© María Ferraz Dobarro, 2011

 

Nota: Este artículo está dedicado con cariño para las mujeres escépticas que me acompañan en el camino y para los hombres cómplices que no responden al modelo de masculinidad hegemónica descrito.

Algunas referencias bibliográficas sobre mujeres en la nueva era:

Alba, L. (2006). La diosa destronada. Málaga: Corona Borealis.

Bepko, c. y Krestan, J.A. (1993). Nosotras: libres, amantes, creativas, innovadoras. Madrid: Gaia Ed.

Budapest, Z. (1995). El poder mágico de las mujeres. Barcelona: Robinbook.

Harding, E. (1995). Los misterios de la mujer. Barcelona: Obelisco.

Hay, L.L. (1984). Usted puede sanar su vida. Barcelona: Urano.

Lerner, H.G. (1994). La verdad y la mentira en la vida de las mujeres. Barcelona: Urano.

Louden, J. (1995). El arte de cuidar de ti misma. Barcelona: Robinbook.

Murdock, M. (1993). Ser mujer, un viaje heroico. Madrid: Gaia Ed.

Murdock, M. (1999). El viaje heroico de la mujer. Etapas y claves del proceso femenino. Madrid: Gaia Ed.

Shinoda-Bolen, J. (1995, 2ª ed.). Las diosas de cada mujer. Barcelona: Kairós.

Starck, M. y Stern, G. (1996). Danzando con la sombra. Madrid: Gaia Ed.

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Algunas referencias bibliográficas sobre masculinidades:

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Bly, R. (1998). Iron John. Una nueva visión de la masculinidad. Madrid: Gaia.

Bonino, L. (2008). Hombres y violencia de género. Más allá de los maltratadores y de los factores de riesgo. Madrid: Ministerio de Trabajo e Inmigración. Subdirección General de Información Administrativa y Publicaciones.

Bordieu, P. (2000). La dominación masculina. Barcelona: Anagrama.

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(1) Magufismo: dícese de una suerte de creencias relativas al mundo del misterio, lo paranormal, las teorías conspiranoicas y cualquier planteamiento “esotérico” que se aleje de la racionalidad y no se sustente en evidencia científica.

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