¿Y por qué nuestros padres no nos hablan de esto?

Cumplo 21 años este mes como trabajadora social del sistema educativo. Cuando llegué no había Facebook, Instagram, Twitter, Whatsapp,… vamos, que no había redes sociales y lo más tecnológicamente avanzado que teníamos era el correo electrónico. En estos 21 años, ha habido 4 leyes educativas con planteamientos discrepantes entre ellas. La LOGSE (1990) y la LOE (2006) promulgadas por gobiernos socialistas introdujeron los ejes transversales entre los que se encontraba la igualdad de oportunidades entre ambos sexos o la educación para la ciudadanía posteriormente. La LOCE (2002, que nunca llegó a aplicarse realmente) y la LOMCE (2013) promulgadas por gobiernos del Partido Popular, orientaban el modelo educativo hacia la competitividad, el mercado laboral (precario) y la eliminación de enseñanzas explícitas de valores igualitarios como pretendía Educación para la Ciudadanía, reforzando la asignatura de religión (patriarcal) que no se puede decir que sea una materia que promueva los derechos de las mujeres precisamente… 

En este vaivén de leyes educativas, la sociedad ha ido avanzando tecnológicamente a pasos agigantados; las criaturas ya nacen pegadas a una Tablet y muchas familias están encantadas de la vida de endilgar a sus retoños a una pantalla y que no incordien demasiado en casa. Se ha ido abriendo una brecha digital profunda entre lo que ven los niños y las niñas por las pantallas y el desconocimiento del mundo adulto de esos contenidos. Música, videojuegos, intereses,… buena parte de las familias con las que trabajo desconocen el ocio de sus hijas/os pero les procuran los medios para satisfacerlo (el último modelo de la Play está presente en infinidad de hogares). Y si bien ha habido un desarrollo tecnológico brutal, el desarrollo personal, socioafectivo, sexual, identitario,… de las niñas y niños no ha ido en paralelo. Las competencias para resolver conflictos, para construir relaciones bientratantes e igualitarias, para respetar las diversidades,… se han quedado estancadas o han retrocedido.

Llevo varios cursos escolares haciendo talleres de educación afectiva y sexual en primaria (5º y 6º), no enfocados a cuestiones reproductivas y anticonceptivas, evidentemente, sino hacia las relaciones de buentrato, los cambios en el cuerpo y su aceptación, el respeto a las diversidades sexuales,… entre otros muchos aspectos. Gracias al asesoramiento de Lourdes Bravo, Educadora Social y Sexóloga, los materiales y el enfoque de los talleres es totalmente adecuado (aunque siga habiendo reticencias familiares para que a sus hijos/as se les hable de “sexo”, el gran tabú). Avanzamos en tecnologías y seguimos considerando el cuerpo y la sexualidad algo a silenciar. Sin embargo, el motivo por el que inicié ese enfoque de trabajo en primaria vino dado por detectar niñas violadas o embarazadas antes de iniciar la Educación Secundaria Obligatoria (ESO), es decir, con unos 12 años. Y ya no sólo se trata de agresiones sexuales, se trata de relaciones precoces, hipersexualización de la infancia, visionado de porno a mansalva,… y la construcción de un imaginario sexual que poco o nada tiene que ver con lo que serían relaciones sanas e igualitarias.

Cada curso escolar suelo llegar a unos 300 niños/as (este curso más porque he ampliado el número de coles en los que se desarrollan los talleres) y observo con creciente preocupación cómo, pese a los avances legislativos en igualdad, las mentalidades sexistas se mantienen igual desde hace décadas, especialmente en los chicos. Las chicas tienen mayor capacidad de análisis crítico y de darse cuenta de las desigualdades de género, una minoría de chicos también, pero mayoritariamente, y según mi experiencia profesional, la reproducción y legitimación del machismo y la violencia es una constante que nos debería alertar de que estamos fallando en los procesos de socialización de la infancia y la adolescencia.

Este post viene motivado por una experiencia de hace unos días: al finalizar un taller, se me acerca un grupo de 5 niñas (11/12 años) y me dicen que tienen más dudas, les digo que encantada de responderlas y nos quedamos un rato fuera de la clase. Me empiezan a comentar cómo los chicos las presionan para que les manden vídeos porno (sexting) porque si no las dejan, cómo una “conocida” de ellas lo había hecho y el vídeo ya andaba viralizándose por youtube, cómo se sienten mal con su cuerpo por considerarse “gordas”,… y al final, me hacen dos comentarios: “¿por qué si una chica se acuesta con tres chicos es una puta y si un chico se acuesta con tres chicas o más… es guay y es un machote?” (literal), tras reflexionar con ellas sobre el machismo y la libertad sexual (todo ello adaptado para peques) pensé: es el mismo planteamiento que tenía mi generación hace 40 años!!! ¿Qué ha pasado en estos años que las niñas de esta generación siguen teniendo exactamente la misma percepción? ¿Años de políticas de igualdad para esto? Nos deberíamos plantear seriamente que algo hemos hecho (y estamos haciendo) mal. No estamos removiendo profundamente los cimientos del patriarcado, los estamos maquillando, pero en el sustrato profundo, el control de la sexualidad de las mujeres, seguimos sin lograr transformaciones radicales. Al final, una de las niñas me dice: ¿y por qué nuestros padres no nos hablan de estas cosas? Es importante!

Pues sí, es importante, es vital. Tenemos un reto todos los agentes implicados en la EDUCACIÓN (con mayúsculas), familias, escuelas, medios de comunicación,…: abordar la educación afectiva y sexual con perspectiva de género desde infantil hasta la universidad, de manera seria, profunda y transformadora. O generamos los espacios, los contenidos y la formación de estos agentes o nos esperan más y más generaciones de maltratadores y víctimas de violencias machistas. Y seguiremos haciendo minutos de silencio, y seguiremos dando charlas en los institutos (que no en primaria) cada 8 de marzo y cada 25 de noviembre y seguiremos sin cambiar absolutamente nada.

Las y los profesionales de la intervención social (en sentido amplio), y las/os trabajadoras/es sociales en concreto, tenemos la responsabilidad de subvertir esto: de trabajar con las familias, con el alumnado, con el profesorado,… para ofrecer otros modelos de socialización, alejados de las desigualdades de género; creo firmemente que otra educación es posible y quienes estamos en el sistema educativo podemos trabajar en la línea de divulgar y apoyar la coeducación, la educación en igualdad, como clave para tener relaciones felices y libres de violencia.

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