Trabajo Social feminista en tiempos de transactivismo

En medio de los encendidos debates que se están produciendo en nuestro país ante la tramitación de una Proposición de ley contra la discriminación por orientación sexual, identidad o expresión de género y características sexuales, y de igualdad social de lesbianas, gais, bisexuales, transexuales, transgénero e intersexuales, desde el Trabajo Social, crítico y feminista, debemos hacer una reflexión pausada y respetuosa, que fomente el diálogo y que nos interpele sobre nuestro posicionamiento profesional. Creo que ciertos debates confunden y no nos hacen avanzar, esto no se trata de un “estás conmigo o contra mí”, hay un sustrato más profundo, está en cuestión el sujeto político del feminismo, las mujeres, y creo que eso es incuestionable. Sin embargo, también considero que se trata de identificar lo que nos une y no lo que nos separa. A las mujeres, a todas, nos une sufrir la opresión y subordinación patriarcal, algunos de cuyos elementos también compartimos con otros colectivos oprimidos; siempre he creído que el diálogo y las alianzas son necesarias para luchar contra estructuras de opresión, porque como vamos a abordar aquí, esto no va de posicionamientos individuales, de necesidades y deseos personales, esto va de luchas colectivas y de transformar estructuralmente un sistema desigual e injusto. Lo ideal sería poder aunar lo individual y lo colectivo, pero siempre en aras del bien común. El ejemplo perfecto de egoísmo individualista lo tenemos en esta pandemia del COVID-19 en el que frente al deseo individual de mantener privilegios (no usar mascarilla, salir con quien me da la gana,…) se está poniendo en riesgo la salud pública. Desde el feminismo sabemos bien que las luchas colectivas son las que nos han traído los derechos, las libertades, las oportunidades,… de las que hoy, algunas, disfrutamos. No las podemos poner en cuestión ni en riesgo y tenemos que seguir avanzando para que todas, pero TODAS, las disfruten. 

Con respecto a nuestra profesión, el artículo 7 de nuestro Código Deontológico dice “El Trabajo Social está fundado sobre los valores indivisibles y universales de la dignidad humana, la libertad y la igualdad, tal y como se contemplan en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, las instituciones democráticas y el Estado de Derecho. En ellos se basa la actuación profesional, por medio de la aceptación de los siguientes principios básicos:

  • La persona humana, única e inviolable, tiene valor en sí misma con sus intereses y finalidades.
  • La persona, en posesión de sus facultades humanas, realiza todos los actos sin coacción ni impedimentos.
  • Cada persona posee los mismos derechos y deberes compatibles con sus peculiaridades y diferencias.

Además de estos principios básicos, existen otros generales que hablan del respeto activo y la aceptación de la persona con sus singularidades y diferencias, de la superación de categorizaciones derivadas de esquemas prefijados, de la ausencia de juicios de valor o de la autodeterminación como expresión de la libertad de la persona y, por lo tanto, de la responsabilidad de sus acciones y decisiones, entre otros muchos. El Trabajo Social es una disciplina que combina la aplicación de los derechos humanos y la justicia social en procesos de acompañamiento respetuoso con las personas. Desde un planteamiento crítico y feminista, el Trabajo Social cuestiona desigualdades estructurales y va a las raíces de la opresión para erradicarlas, por tanto, no legitima inequidades y, además de apoyar a personas, familias, grupos y comunidades, transforma las estructuras de discriminación y violencias que generan malestar y vulneran la igualdad de derechos, oportunidades y trato.

Es una realidad incuestionable que la condición y posición de las mujeres en el mundo lleva arrastrando siglos y siglos de desigualdades, por una razón fundamental: el hecho de ser mujeres. Nos cosifican, violan, mutilan, maltratan y asesinan por ello. A eso podemos sumar más variables y multiplicar e interseccionar las opresiones: edad, orientación sexual, lugar de nacimiento, estado de salud/discapacidad, etnia, cultura,… pero en la base está cómo se construyen las identidades sexuadas de oprimidas y opresores, quiénes disfrutan de privilegios y quiénes se mantienen subordinadas. Para explicar estas desigualdades históricas, feministas teóricas de la segunda ola (a partir de mediados del siglo XX aprox.) acuñan la teoría de género o sistema sexo – género. El género, por tanto, se definió como una categoría de análisis que explica la opresión, subordinación, discriminación, desigualdad y violencia que han sufrido históricamente las mujeres por parte de los hombres y de un sistema patriarcal injusto. El concepto género es un constructo social que, precisamente, se construye sobre la base de una identidad sexuada. La especie humana se divide, clásicamente, en machos y hembras, con una biología diferencial, así pues, sobre la identidad sexual se construye la identidad de género que dice cómo tenemos que comportarnos, sentir, pensar, vestir, mostrarnos,… mujeres y hombres. Pero yendo más allá del binarismo clásico, hay diversidades y realidades diferentes que son susceptibles de los mismos derechos, las mismas oportunidades y el mismo trato. La intersexualidad es una manifestación diferente de la mayoría binaria (compartir caracteres sexuales de ambos sexos, por explicarlo de forma muy simplificada) y la transexualidad, una manifestación combinada de la diversidad por identidad sexual e identidad de género, pero siempre entendiendo el género como lo que la sociedad te asigna por el hecho de identificarte como hombre o como mujer. El género encasilla y limita; no permite desarrollarnos como personas libres y plenas, de ahí que el planteamiento feminista sea abolir constructos limitantes y no fomentarlos.

La teoría sexo-género define los conceptos de roles y estereotipos de género justamente para identificar aquellos papeles sociales que nos imponen por el hecho de ser mujeres u hombres o aquellos prejuicios que se sostienen en base a la realidad sexuada y que no tienen fundamento científico (madres, guapas, buenas versus trabajadores, intrépidos, listos, por ejemplo). El encasillar a las personas trans en una mal conceptuada “identidad de género” supone reforzar los estereotipos sexistas que tanto nos hemos empeñado desde el feminismo por erradicar.

Ello no implica negar las identidades trans y sus derechos, pero resulta preocupante afirmar la identidad de un colectivo, negando o invisibilizando la identidad de la mitad de la humanidad. Urge encontrar una alternativa que no presuponga borrar a las mujeres y su realidad, su identidad sexual o, por el contrario, reafirmar estereotipos de género que no deberían existir.

Y en este sentido, sería interesante reflexionar un poco sobre el concepto “identidad”. La identidad responde a la pregunta ¿quién soy yo?, la identidad es la percepción subjetiva de sabernos alguien en el mundo, de tener una historia, un nombre, una cultura, un cuerpo, una edad,… Por tanto, la identidad está conformada por múltiples variables, pero quién, qué o cómo se determina la identidad. Podemos decir que cada persona es dueña de su propia identidad, y según va tomando conciencia de sí, va identificándose individualmente y con el mundo, pero también la identidad, además de nuestra propia percepción, viene definida: el lugar de nacimiento es el que es, la etnia la que es y el cuerpo el que es; ¿qué ocurre en el caso de las personas trans? Tienen un cuerpo biológicamente de un sexo y se identifican, sienten y expresan como el opuesto al dado, se produce una interacción diferente a la binaria tradicional entre identidad sexual e identidad de género (mi cuerpo tiene una realidad biológica, la sociedad pretende que me muestre según mi realidad biológica (género) pero yo quiero mostrarme y me siento de forma diferente), eso, que es real y tiene que tener una respuesta en todos los aspectos de la vida, erradicando la transfobia y cualquier tipo de discriminación, no pasa por afirmar identidades sexistas, reforzando estereotipos de género, pasa por garantizar derechos a la población trans sin vulnerar los de la población no trans, especialmente los de las mujeres. No significan lo mismo los términos identidad sexual e identidad de género, definir ambos bajo un mismo paraguas es un error conceptual.

Lo aclaramos aún un poco más:

El sexo es la variable biológica que distingue una dicotomía en la especie, o se es macho o se es hembra.  El sexo presenta tres dimensiones, relacionadas entre ellas, que son (Cazés(1), 2000):

  • Dimensión genética: el sexo se define por la presencia de los cromosomas XX (que definen las características de las hembras) o XY (que definen las de los machos), o bien por la presencia de cromatina sexual o cuerpo de Barr.
  • Dimensión hormonal: el sexo resulta de la predominancia de estrógenos (hormonas femeninas) o de andrógenos (hormonas masculinas).
  • Dimensión gonádica: el sexo se define por la presencia de testículos y pene (genitales masculinos) u ovarios y vulva (genitales femeninos), es decir, por la morfología de los órganos reproductivos internos y de los genitales externos.

El sexo es el hecho biológico (fisiológico y anatómico) que marca de forma diferenciada la posibilidad de intervención de los individuos, machos o hembras, en la reproducción de la especie. El sexo en sí mismo no tiene implicaciones sociales, culturales ni históricas.  Únicamente define la existencia de un ser, no de una persona; de un macho o una hembra, no de un hombre o una mujer.

El género es la categoría cultural, analítica y explicativa que permite reconocer en esta sociedad patriarcal que lo femenino y lo masculino no es biología o naturaleza, es cultura.  Por consiguiente, el género es una construcción social y cultural por la que se le atribuyen a uno y otro sexo un conjunto de símbolos, pautas de comportamiento, estéticas, normas,… que determinan las interrelaciones entre ambos, resultando jerarquizadas y dando lugar a relaciones de poder en las que se produce un predominio del macho, el hombre y la masculinidad frente a la subordinación de la hembra, la mujer y la feminidad.

Y hasta aquí, el planteamiento de Cazés, que, evidentemente, bebe de la fuente primigenia: Marcela Lagarde (pero utilizo a Cazés a conciencia, para visibilizar que no sólo las mujeres tenemos estos planteamientos).

En palabras de Lerner (1990, p. 340) en su libro “La creación del patriarcado”:

El sistema sexo-género es un término muy práctico (…) que se refiere al sistema institucionalizado que asigna recursos, propiedades y privilegios a las personas de acuerdo con el papel de género que culturalmente se define.  De esta forma, el sexo es lo que determina que las mujeres tengan niños/as, pero es el sistema de sexo-género lo que asegura que ellas serán las que los cuiden.

Fuera de la lógica binaria, la identidad sexual tiene más diversidades y ninguna identidad ha de prevalecer por encima de otra ni se le puede dar más valor a una frente a otra. La construcción desigual de género ha establecido jerarquías que hay que deconstruir y transformar. Por tanto, el sexo no es masculino o femenino, el sexo es mujer, hombre o no binario. Lo que es masculino o femenino es el género socialmente construido de forma sexista y patriarcal.

Ahora bien, ¿cómo gestionamos los principios éticos de nuestra profesión, incluido el de la autodeterminación, con encaje dentro de la teoría feminista desde la que nos posicionamos? Pues con el máximo respeto y escucha a las necesidades, sentimientos y realidades de cada persona. La realidad trans es indiscutible, la transexualidad tiene que ser despatologizada, indudablemente, pero en una sociedad patriarcal y sexista, ¿realmente podemos construir identidades libres de condicionamientos de género?

Dentro de los debates identitarios, ¿por qué las voces principales se centran en mujeres trans? ¿Por qué es la identidad sexual / de género la única transitable y discutible? ¿Por qué autodeterminación de género y no étnica, etaria o de orientación sexual cuando estos aspectos también forman parte indisoluble de la identidad? Si todo fuera elegible, performable, ¿por qué hay millones de personas sufriendo en el mundo persecución y violencia? ¿Por qué no todo el mundo se ajusta al paradigma privilegiado y dominante y así nos evitamos problemas? Pues sencillamente porque no es tan fácil. Si naces mujer, lesbiana, negra y pobre, ¿por qué no autodeterminarte como hombre, heterosexual, blanco y rico? ¿Realmente es suficiente la autodeterminación para evitar opresiones y violencias? Evidentemente no. ¿Va una ley a evitar la opresión y la violencia? Evidentemente tampoco. Lo que puede hacer una ley, y eso es vital, es penalizar las violencias ejercidas sobre identidades disidentes de la lógica binaria. Ninguna persona puede dañar a otra, el daño, la violencia han de ser erradicados, y ahí tiene que estar clarísimo nuestro posicionamiento profesional: abogar por el respeto, la cultura del buentrato, la convivencia autónoma, libre y en paz debe ser un marco desde el que actuar personal y profesionalmente.

No hay que olvidar que la construcción de la identidad es un proceso complejo que puede necesitar, en momentos dados, apoyos y acompañamientos respetuosos cuando se produzca un “choque” entre lo sentido y lo corpóreo, eso no significa que las personas trans tengan que pasar un peregrinaje de atenciones profesionales que determinen su identidad, pero sí que existan recursos para acompañar ese proceso. En la realidad trans, no te levantas un día por la mañana y dices “hoy me siento mujer/hombre”, así, de un día para otro, pero qué ocurriría si algunos hombres empezaran a evadir responsabilidades en situaciones de violencia, por ejemplo, acogiéndose a la autodeterminación de género, ¿es esto asumible por el ordenamiento jurídico? ¿No supondría un riesgo para las mujeres, niñas y adolescentes?

¿Qué ocurrirá con las transgresiones de género en la infancia? ¿Se interpretarán como transexualidad? Y aquí voy a hacer una reflexión como profesional del sistema educativo. Durante más de 20 años, muchas maestras y maestros me han expresado su preocupación por niños que les gusta identificarse como princesas, niños que se pintan las uñas o niñas que son “muy machonas”. El transgredir el rol de género tradicional no implica querer transgredir la identidad, simplemente indica una no identificación con el género asignado socialmente, no la existencia de transexualidad. Si no existiera el género como condicionante social, niños y niñas serían libres para mostrarse como deseen sin ser juzgados ni mirados con lupa. En 23 años, he tenido tres casos claros de transexualidad en menores, niñas y niños, con sus respectivas familias, que requirieron apoyo y acompañamiento para entender qué pasaba y que lo que ocurría no tenía nada de malo o extraño. Simplemente era un proceso diferente, pero el acompañamiento fue vital, el mantenimiento en el tiempo de la identidad sentida, el expresar “soy María, no soy Mario” de forma recurrente y sostenida fue clave para diferenciar que no era una simple transgresión del rol de género, sino que había algo más. Ese “algo más”, la transexualidad, fue apoyada por una Unidad de Atención a la Transexualidad con profesionales especializados. Contar sólo con la autodeterminación puede llevar a tomar decisiones erróneas a menores no suficientemente maduros/as, y la protección del interés superior del/la menor, está por encima de cualquier consideración. Privar a las personas trans de recursos especializados (especialmente en la infancia y adolescencia) es un error; sin necesidad de patologización, cualquier persona en un momento dado de su vida puede necesitar un recurso de apoyo especializado, y las trans no son una excepción. Ya bastante sufrimiento han experimentado las personas trans como para que ahora, mágicamente, a partir de una ley de autodeterminación, la sociedad deje de ser transfóbica. Creo que nuestro papel en recursos de apoyo debe ser importante y reivindico la necesidad de esos recursos con personal formado y sensibilizado.

La LGBTIfobia y las terapias de “reconversión” han de ser penalizadas y erradicadas, incluso con tipos penales aún más duros que los existentes. Sigue saliendo muy barato hacer daño y violentar a las personas, y eso lo sabemos muy bien las mujeres, todas, que llevamos sufriendo violaciones de derechos desde tiempo inmemorial.

En definitiva, considero que desde el Trabajo Social necesitamos posicionarnos y responder a los interrogantes planteados, y que la teoría feminista es un soporte conceptual importante. No tengo claras las respuestas a todos los interrogantes, y creo que el encarnizamiento del debate desde postulados queer no arroja demasiada luz, no comparto insultos ni rechazo, y creo que en el fondo, todo parte de conceptualizaciones diferentes que no ayudan a garantizar derechos a unas personas sin que se mermen o se vulneren los de otras. Considero que hay espacio jurídico suficiente para que se sienten las bases que garanticen la erradicación de las violencias y la LGBTIfobia y que cualquier persona pueda vivir como desee, mientras no se haga daño a ella misma o haga daño a las/os demás. Y vuelvo al principio, y a nuestros principios éticos: la dignidad, la libertad y la igualdad no pueden entrar en colisión, el derecho de toda persona a vivir y a expresarse como desee es absolutamente legítimo, y ello no puede ser fuente de opresión, discriminación o injusticia, pero, insisto, los avances en derechos no pueden poner en riesgo los logros feministas. El matrimonio igualitario fue un ejemplo perfecto de avances en derechos que no suponía poner en riesgo nada (aunque dijeran que iba a ser el fin de la familia tradicional), ahora, el feminismo nos advierte de la preocupación ante el borrado de las mujeres y los insultos recibidos por defender que el género es una construcción social, sinceramente, no creo que ese sea el camino. Como profesionales del Trabajo Social nos tendremos que posicionar, pero siempre del lado de las oprimidas y no de los opresores. La neutralidad, en este caso, no funciona.

(1) El libro citado de Daniel Cazés es: La perspectiva de género: guía para diseñar, poner en marcha, dar seguimiento y evaluar proyectos de investigación y acciones públicas y civiles. México. CONAPO

Emulando a Belén Navarro, que cierra sus post con un vídeo, este, y sin que sirva de precedente, también lo voy a cerrar con otro:

14 comentarios sobre “Trabajo Social feminista en tiempos de transactivismo”

    1. Muchas gracias! Pues fíjate que yo sí creo que igual se han quedado aspectos sin tratar, pero el objetivo era generar reflexión, no un análisis exhaustivo, así que al menos lo de la reflexión espero haberlo conseguido! Un abrazo

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