Flores con espinas. Sobre los relatos de las violencias machistas

Al hilo del testimonio de Rocío Carrasco se ha vuelto a poner la violencia machista en el debate público de forma exacerbada. Mientras su relato ha servido para remover las vivencias de miles de mujeres, el machismo y la misoginia se han enfervorecido en las redes, haciendo trending topic el #RocíoYoNoTeCreo, frente al #YoSíTeCreo que muchas mujeres, entre las que me encuentro, hemos enarbolado. Vivimos en un mundo en el que cualquier persona con un móvil y conectividad puede opinar lo que le venga en gana sin tener idea de lo que habla; en este sentido, se ha juzgado a Rocío por cobrar por su testimonio; por hacerlo en una telebazofia como Tele5 (también conocida como Telecirco); por ser famosa; por, supuestamente, guionizar su dolor; por ser mala madre; por no haber luchado lo suficiente por su hija y su hijo; por haber denunciado tarde; por “someter” a su ex al escarnio público cuando la justicia no lo consideró culpable (ni no culpable, por cierto),… y así hasta el infinito. He leído comentarios de opinadoras/es de redes que dicen “yo la creo pero…” que es el nuevo “yo no soy machista/racista… pero…” Argumentos del tipo: no dudo que haya sido maltratada pero mira que contarlo en prime time y cobrando, cómo se atreve, cómo no donar lo que cobra a una asociación de víctimas… Lo triste es que muchas de las opiniones que he leído no provienen de “cuñados de bar” sino de mujeres que se dicen feministas y, lo que es peor, de colegas de profesión. Y para las y los colegas va dirigido este post. 

En Trabajo Social tenemos un Código Deontológico entre cuyos principios generales de actuación se encuentran estos (entre otros):

  • Respeto activo a la persona, al grupo, o a la comunidad como centro de toda intervención profesional.
  • Aceptación de la persona en cuanto tal con sus singularidades y diferencias.
  • Superación de categorizaciones derivadas de esquemas prefijados.
  • Ausencia de juicios de valor sobre la persona, así como sobre sus recursos, motivaciones y necesidades.

Y quiero resaltar especialmente este último, repito: ausencia de juicios de valor sobre la persona. Desde una mirada social, jamás podemos cuestionar el testimonio de una superviviente de violencia. Como profesionales (y no sólo del Trabajo Social, aquí se pueden incluir otras profesiones que tratan con víctimas: Psicología, Derecho, Medicina,…), nuestro papel es escuchar activamente su discurso, sin juzgar. La primera máxima ante una mujer que relata violencia machista es creerla, no poner en su boca interpretaciones nuestras, no considerarla incoherente, indecisa,… En Trabajo Social no somos jueces o juezas, somos profesionales de la escucha, del apoyo social, del acompañamiento, de la información, de la garantía de derechos,… Escucharemos relatos con contradicciones, ambiguos, incoherentes,… (habituales, por otra parte, en muchas víctimas) pero nuestra labor es acompañar, ayudar a hilvanar con coherencia esos retazos y proporcionar los apoyos que requieran las mujeres. Dos principios deben guiar esa tarea:

  • Empatía: Saber sentir, entender e interpretar el mensaje de la mujer sin evaluar o descalificarla, percibiendo sus emociones y visión de su situación.
  • Respeto: Valorar a la mujer por sí misma independientemente de sus problemas. Prestar atención a sus necesidades, creando un clima de cordialidad en la escucha. Comprender sus puntos de vista y expresar nuestra valoración directa y honestamente.

Históricamente la voz y el discurso de las mujeres ha sido devaluado y silenciado. La credibilidad no es un juicio acerca del mensaje o el contenido, sino una atribución que se hace de la persona emisora. Nuestras quejas se han achacado a la histeria, a la labilidad emocional, a la menstruación,… o a un sinfín de otras opciones a cual más disparatada. Sin embargo, la pervivencia de esos estereotipos ha hecho que el relato de las mujeres víctimas de violencia esté sujeto a un permanente cuestionamiento y que consideremos como dudoso un testimonio por el simple hecho de reproducir sus elementos típicos (incoherencias y/o imprecisiones en el relato, saltos temporales, dificultad para organizar sus pensamientos, relato mal hilvanado, frialdad o desapego emocional a la hora de describir las agresiones, mayor acento en “nimiedades” frente a las que la/el profesional considera importantes,…) o todo lo contrario: lo cuestionamos por estar perfectamente argumentado y construido porque ya se sabe que las víctimas de violencia no hablan así. Lo miremos por donde lo miremos, el resultado siempre es cuestionador para la víctima y no para el agresor. Ellos pasan desapercibidos, el foco juzgador se pone en ellas.

Como profesionales, hay tres principios fundamentales que deben sustentar nuestra intervención:

  • Nuestra defensa de los Derechos Humanos y de la Justicia Social debe partir de que los Derechos de las Mujeres son Derechos Humanos, por tanto, como trabajadoras/es sociales nos aguarda el reto de posicionarnos activa y públicamente contra cualquier forma de violencia, en este caso, contra la que se ejerce contra las mujeres por el mero hecho de serlo.
  • La incorporación de la perspectiva de género a nuestro quehacer cotidiano, independientemente del ámbito en el que trabajemos, es un deber inexcusable. La ceguera al género de muchas orientaciones del Trabajo Social (trabajo comunitario, teoría de sistemas,… según refieren Dominelli y MacLeod, 1989) ha contribuido a la perpetuación y el “status quo” del sistema patriarcal que debemos contribuir a erradicar. No podemos hablar de igualdad, autonomía, justicia social, derechos humanos,… mientras haya opresiones, entre ellas, la de género.
  • Finalmente, recordar que ninguna intervención es neutral, parte del modo en cómo nos situamos en el mundo mujeres y hombres, del grado de sexismo de nuestras creencias, de los estereotipos de género que tengamos interiorizados,… por eso es tan importante, antes de cualquier intervención con personas en situaciones vulnerables (especialmente mujeres supervivientes de violencia), analizar nuestros propios privilegios, nuestra propia socialización diferencial por cuestión de género y evitar reproducir el machismo y la misoginia en nuestras actuaciones.

El relato de Rocío Carrasco es la historia de miles, millones, de mujeres en el mundo. Unas famosas, otras anónimas. Ser famosa y mediática no le resta ni un ápice de verosimilitud a su testimonio. La violencia vicaria, el maltrato psicológico, el maltrato físico, el cuestionamiento permanente de su palabra, de lo que veía con sus propios ojos, el “estás loca”,… no sólo lo ha sufrido Rocío, lo ha sufrido Carmen, lo ha sufrido Ana, lo ha sufrido Fayna, lo han sufrido tantas… Tantas a las que no se ha creído, a las que se ha juzgado mediáticamente cuando eran famosas o las han lapidado en sus barrios cuando no lo eran, porque mira tú lo que le ha hecho al marido, que lo ha mandado a la cárcel… Hace muchos años yo misma tuve a una adolescente víctima de agresiones sexuales constantes de su padre, presionada por la familia para que cambiara su testimonio porque pobre padre que estaba en prisión preventiva esperando juicio. Pobre padre decían… no decían pobre hija que sufrió lo indecible, no, nosotras siempre somos las culpables de sus desgracias. De este hecho hace ya dos décadas, hoy han cambiado algo las cosas, no tanto, pero algo. Lo suficiente para que una mujer se ponga delante de una cámara y le permitan contar, con tiempo y sin interrupciones, su historia de maltrato. Un relato que ha resonado más en muchas mujeres que cualquier campaña institucional, le pese a quien le pese. Sólo en la primera semana tras su emisión las llamadas al 016 se incrementaron en un 42%, ¿están los recursos públicos preparados para atender un incremento de demanda? ¿Qué pasaría si las mujeres, masivamente, dijeran basta ya? ¿Qué pasaría si de repente las mujeres decidieran que tienen derecho a vivir una vida libre de violencia, bientratante, digna…?

Ojalá esto sirviera de revulsivo, aunque lo dudo. Es cierto que la cadena basura donde se emite lo aprovechará para sacar tajada económica, es cierto que dicha cadena jamás ha sido defensora feminista de las mujeres ni creo que lo sea nunca, pero también es cierto que esa cadena la ven miles de mujeres a las que otros discursos no llegan. Bienvenido sea el de Rocío si logra que alguna tome conciencia de su situación y rompa con la violencia, ya sólo por eso habrá valido la pena.

Porque cuando se apagan los focos, se quita el decorado y ese traje rabiosamente fucsia,… nos encontramos a una mujer que cuenta una historia que hemos escuchado demasiadas veces en nuestros despachos, sin luces, sin atrezo, pero con la misma coherencia, con el mismo dolor y la misma intensidad, pidiendo solamente ser escuchadas, ser entendidas y ser creídas. Creo que Rocío se encuentra en ese punto de partida, en esa necesidad de contar para cerrar y seguir viviendo. Vivir, algo tan simple y tan difícil para las supervivientes de las violencias machistas.

 

Nota final: antes de publicar este post hice un repaso por los miles de comentarios que se han hecho en redes sobre Rocío Carrasco, voy a publicar un mínimo extracto de aquellos que cuestionan y juzgan, para que comprueben que el apoyo a las víctimas de violencia sigue sin ser unánime. No voy a identificar autoras (son todos de mujeres), los de los hombres aliándose con el maltratador los voy a obviar, pero sí señalar que en este mix figuran comentarios de todo tipo: de mujeres de bajo nivel educativo, de profesionales del trabajo social y de feministas reconocidas, eso sí, por deformación profesional he corregido las faltas de ortografía:

“empecé a verlo y la vi como si fuese una actriz, hacía las pausas en el momento justo, soltaba la lágrima, estaba como guionizado… total que dejé de verlo, lo siento pero no la creí”

 “vamos, que esta tipa solo lo quiere ver privado de libertad, sin darse cuenta y sin pensar en los hijos, qué pocas neuronas te quedan y las pocas que te quedan solo para hacer daño a tus hijos, piensa un poco y líbrate de tus malos consejeros”

 “una maltratada no luce un traje fucsia sino luce moratones y otras señales (…)”

 “la violencia de género no es ni puede convertirse en un espectáculo. Y si bien algunos consideran que el hecho de abordar este tema en prime time tendrá un impacto social parecido al que tuvo la aparición de Ana Orantes, hay que recordar que ésta dio lo que se llama un testimonio ético, mientras que Rocío Carrasco se ha prestado a convertir su experiencia en un testimonio crematístico. Si esta mujer hubiera contado “su versión para seguir viva” en otro formato y no hubiese recibido una cantidad tan suculenta por sus declaraciones (o hubiera donado el importe a alguna asociación, por ejemplo) su testimonio también hubiera sido ético (…)”

 “yo la verdad no me creo ni que uno sea tan bueno y el otro tan malo…”

 “Es posible que sufriera algún tipo de maltrato. Lo que es increíble es el dolor actual después de 25 años. El reportaje tiene una duración de 62 horas válidas. Lo cual significa más de 100 horas de grabación, interrupciones de maquillaje, más 30 personas en un plató, repitiendo varias veces plano, llorando, interrumpiendo, arreglo de maquillaje y vuelta a llorar. ¿Te imaginas a una mujer maltratada aguantando esto? Claro que ella ha ganado dos millones de euros (…)”

 “(…) una sobreactuación de una pobre niña rica que no dudo tenga una personalidad lábil tendente a problemas psicológicos y que como tal debe ser objeto de atención de los profesionales pertinentes (…)”

 “esa mujer está en tratamiento psiquiátrico”

 “Habla porque cobra. De una cadena asquerosa sólo sale porquería, y no es un tema como para tratarlo de cualquier manera. Es indignante e invalida, corrompe cualquier testimonio”

“No está dando voz a nadie porque todo el mundo sabe de qué vive esa cadena y sus colaboradores. Es denigrar un tema que requiere ética y profesionalidad. Ahora, para la amplia cultura del país, ya vale. Y quedan 12 capítulos de vergüenza”.

 La hoguera está encendida. Seguimos quemando a las mujeres, por brujas, por locas o por salir con un traje fucsia en la tele. No voy a argumentar respuestas a todos esos cuestionamientos aquí recogidos, habría para todos, pero como se dice en periodismo, estos son los datos, y así se lo hemos contado, que cada cual saque sus propias conclusiones. Como profesional del Trabajo Social tengo muy claras las mías.

4 comentarios sobre “Flores con espinas. Sobre los relatos de las violencias machistas”

  1. Las víctimas de violencia de género están en todos los estratos sociales. Cualquiera de nosotras puede ser víctima de violencia de género. Cuando juzgamos a una víctima de violencia de género le estamos dando fuerza a la estructura socia patriarcal. Necesitamos unión, respeto, y responsabilidad colectiva entre nosotras. Necesitamos confianza y amor colectivo entre nosotras.
    Qué cobre o no por exponer sus vivencias, su dolor ,..es algo que nadie debe juzgar .
    Gracias por el artículo.

  2. Muy de acuerdo con lo que dices. Y creo que como profesionales debemos hacer una reflexión profunda sobre nuestras intervenciones para que de verdad podamos acompañar el proceso de salida de la violencia, y cuestionarnos si en muchos casos no están sirviendo también para revictimizar.
    Como profesión crítica que nos definimos también debemos escuchar y entender cuando se nos crítica por nuestras intervenciones profesionales.

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