Microcosmos acuático

Con la llegada de septiembre toca reflexión veraniega. Ya he escrito en otras ocasiones sobre el microcosmos de mi piscina, pero  es que cada año ocurren anécdotas diferentes y cada vez estoy más convencida que se pueden generalizar al resto del mundo.

Cada día es una experiencia nueva, bajar a nadar con gafas de color violeta hace que el sinnúmero de machistadas que se suceden habitualmente no me pasen desapercibidas (para mi desgracia, ya que el relax se ve seriamente condicionado). Entre los especímenes que pueblan la piscina hay varios tipos (ya lo contaba hace un año): están los machirulos trogloditas (suele haber más machirulos, pero hay dos a los que se les puede aplicar tal calificativo que son especialmente “interesantes”), los machirulos simples y los machistillas en potencia (aquellos entre 4 y 15 años aproximadamente), todo ello con su correspondencia femenina en versión Barbiemaripili o choni de manual. Luego están las personas educadas, las mujeres que leen, los hombres que pasean (todavía no he visto a muchos leyendo), la gente que disfruta sin más del sol y del baño y las que huimos al extremo más aislado de la piscina como las misántropas como yo. Como cada día genera infinidad de situaciones diversas voy a hacer un breve resumen de las más destacadas de este verano:

  • Ese troglodita que baja a la piscina con un aparato que emite música reggaetonera y que no ha descubierto el uso de cascos y nos “deleita” al resto de la concurrencia con sus infames gustos musicales (juro que he pensado seriamente en regalarle unos pero no espero mucha receptividad por su parte). Ejemplo 1 de ocupación del espacio (auditivo, en este caso, pero espacio al fin y al cabo).
  • El troglodita dos (afortunadamente trogloditas sólo hay dos) ocupa su tiempo en luchar con su hijo (que apunta maneras de troglodita) para lanzarlo a la piscina y ver quién es más macho de los dos (no se golpean el pecho pero casi, lo suplen vociferando). Ejemplo 2 de ocupación. macho golpea pecho
  • Machirulos normales y corrientes: su pauta habitual es gritar, lanzarse al agua por encima de la gente y ocupar todo el espacio posible.
  • Machistillas en potencia: repiten la pauta de los machirulos adultos sin recibir ninguna sanción al respecto. El otro día uno voló por los aires por encima de una señora para caer a su lado salpicando a diestro y siniestro, la señora protestó (con toda la razón porque había espacio de sobra en la piscina): la callada por respuesta. Jamás en todo el verano (y aseguro que he bajado casi dos meses) he visto a un niño/adolescente disculparse con nadie tras ser recriminado cortésmente por molestar (juro que yo no he recriminado a ninguno, si no, perdería mi observación antropológica).

Frente al universo machirulo, el mundo choni tampoco es que sea para echar cohetes, pero tenemos menos chonis que machis. Hay una, con categoría de reina de las chonis, que llama cabrona a su nena de unos dos años vociferando de tal manera que la podrían haber oído en Tombuctú; el resto se cortan un poco más y son fiel reflejo de la socialización tradicional femenina: reírles las gracias a sus machis y garantizar las meriendas de la prole. Con respecto al mundo “Barbimaripili” sigo preguntándome cómo se puede bajar a la piscina con 40 kilos de maquillaje y enjoyada (¿el sol traspasa el maquillaje? ¿se quedará la marca? preguntas trascendentes del verano)

Para compensar, hay momentos de absoluta placidez en la piscina, normalmente cuando no hay nadie 😛 pero también este verano ha habido situaciones atípicas: una tarde coincidimos sólo tres mujeres, la tres leyendo… ¡un libro! (no un Smartphone). En los siete años que llevo residiendo en mi comunidad si he visto a hombres con libros ha sido absolutamente excepcional, sin embargo, es mucho más habitual ver a mujeres leyendo en la piscina. Significativo.

Normalmente la placidez desaparece cuando llegan los machirulos vociferantes. No hay día que no haya escuchado mandar a callar a las niñas, sin embargo, todavía no he logrado ver a alguien que le diga a los niños que no griten tanto. La pauta es que los machistillas en potencia (jaleados por los machirulos curtidos) ocupen el espacio central de la piscina gritando y jugando a la pelota (prohibido, por cierto, según las normas de la comunidad, y que conste que estoy contra las prohibiciones mientras se respeten y se compartan los espacios para todas/os y no se monopolicen, como suele ser lo habitual) mientras que las niñas se conforman con las esquinas y jugar a las muñecas o desarrollar habilidades de cuidado (son más habituales las muestras de afecto y cuidado entre ellas, entre ellos todavía las espero); las intrépidas que intentan jugar a los mismos juegos reciben todo tipo de burlas y risas sobre lo patosas que son y que no llegan a la altura (velocidad, fuerza y/o agilidad) de los niños.

Puede que alguien piense que estoy realizando un análisis sesgado y demasiado radical, pero juro que la realidad supera a la ficción y lo aquí relatado, que acorto para no aburrir, daría para un libro. Frente a la minoría de personas que pueden conformar el universo descrito (unas 10 a lo sumo), hay una mayoría silenciosa de gente correcta, que saluda, que no vocifera, que no ocupa el espacio de otras/os,… (me incluyo en esa parte aunque tienda a la misantropía), pero que soporta estoicamente las machiruladas del resto. Creo que lo que ocurre en mi piscina es un fiel reflejo de lo que pasa en el mundo: ellos dominan el espacio y la voz, a las chicas se las silencia, se las reprende cuando se muestran muy transgresoras (a ellos no), a ellos se les jalea cuando luchan, cuando compiten, cuando ganan,… No he observado ningún juego cooperativo entre los chicos en siete años, mientras que sí se dan entre las chicas.

Me preocupa el papel de la mayoría silenciosa porque extrapolándolo fuera de mi mundo acuático, si las personas que miran para otro lado frente a la violencia contra las mujeres o las desigualdades de género y creen que el feminismo es comparable a la peor de las plagas bíblicas y la culpa de todas las desgracias masculinas, dejaran ese silencio cómplice y se activaran contra el sistema patriarcal sería mucho más fácil cambiar el mundo. Las injusticias persisten porque la gente anónima calla ante ellas… Igual el próximo verano me quito las gafas violeta y dejo de hacer crónicas piscineras, pero es que dan para tanto…

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