Nos duele a TODAS

Estos días estoy especialmente revuelta ante las noticias por violencias patriarcales que hemos conocido: las agresiones sexuales en los Sanfermines, los últimos crímenes machistas (Zaragoza, Melilla, Málaga,…) o los abusos sexuales a menores. La mayor indignación, como siempre, ha partido del movimiento feminista que en Pamplona, por ejemplo, lograron sumar más gente para condenar las violaciones que el propio “chupinazo”. Diversos artículos han recordado que en España se viola a una mujer cada 8 horas (yo hice otros cálculos en un post anterior) o que las medidas de protección frente a la violencia machista no están resultando todo lo eficaces que debieran (mujeres asesinadas en puntos de encuentro, órdenes de alejamiento quebrantadas,…) o que las menores deben protegerse a sí mismas recabando la prueba de que sus padres abusan de ellas porque el sistema que debe protegerlas no lo hace,…

Frente a todo esto, sigo encontrando demasiado pasiva a la sociedad, y no ya pasiva, sino, si cabe, cada vez más retrógrada. El estudio que ha hecho el Ayuntamiento de Málaga sobre la tolerancia social frente a la violencia machista resulta demoledor. Los pactos patriarcales siguen vigentes, los mitos y neomitos se siguen reforzando y mientras indignan otras violencias, la sangría que provoca el machismo y la misoginia sigue obteniendo respuestas muy tibias.

Dos reflexiones de dos mujeres a las que admiro han motivado la elaboración de este post: una es la crítica a las campañas contra la violencia machista que realizó Barbijaputa en eldiario.es, la otra es un post de Lea Vélez del año 2014, que no ha perdido ni perderá, desgraciadamente, vigencia.

Barbijaputa analizaba lúcidamente que las campañas del tipo “No estás sola” o “Hay salida” no están siendo realistas mientras el sistema no arbitre los medios para garantizar la vida y la seguridad de las mujeres porque la “salida” para muchas mujeres está siendo el depósito de cadáveres, con la complicidad de sociedad y gobierno. Y esa crítica a las campañas me hizo recordar una de hace ya unos cuantos años, de 2000 para ser exactas, en la que el gobierno de turno se lució. Con el lema “La violencia contra las mujeres… nos duele a todos, nos duele a todas” quería poner de manifiesto los efectos de la entonces llamada “violencia doméstica” en el ámbito familiar. Pero no, la violencia no duele de la misma manera, la violencia nos duele fundamentalmente a nosotras, a todas, porque, y aquí lo enlazo con el post de Lea Vélez, TODAS, hemos sufrido en algún momento alguna manifestación de violencia patriarcal, bien sea acoso sexual, agresiones sexuales, hostigamiento en espacios públicos, violencia en las relaciones de pareja,…

En estos días he leído testimonios de mujeres valientes que han contado sus experiencias con la violencia sexual; creo que es importante hacer visible lo que nos pasa porque lo que no se nombra no existe. Así que aquí va la mía para sumar a todas las violencias que hemos tenido que sufrir las mujeres a lo largo de la historia pero que ya no estamos dispuestas a seguir soportando:

No recuerdo qué edad tendría la primera vez que fui agredida por un tío baboso, recuerdo que llevaba el uniforme del colegio y que era peque, tal vez 10 años, mi memoria de pez para borrar recuerdos negativos es prodigiosa, pero la reflexión sobre la violencia ejercida en el cuerpo de las mujeres ha hecho que recordara mis propias violencias. Un tío me sobajeó las tetas cuando volvía del colegio, así, por todo el morro, yo me quedé en shock y recuerdo que no entendí por qué había hecho eso pero fui incapaz de contárselo a nadie (hasta ahora). La segunda experiencia fue con otro viejo baboso, esta vez tendría unos 12 o 13 y fue en carnavales, se restregó lo indecible por mi trasero (no voy a especificar qué era lo restregaba, se pueden hacer una idea), yo estaba atrapada entre la multitud y no entendía muy bien qué pasaba, si el tipo se apretaba por la presión de la gente o por otra cosa… hoy sí tengo claro lo que pasaba. La siguiente experiencia fue la más “romántica”: mi primer beso (ese que nos venden tanto desde los cuentos de hadas) fue robado por un tipo borracho en una disco, me metió la lengua hasta el esófago volviéndome a quedar shockeada y sin estrategias de defensa. Tendría unos 15 años (sí, lo sé, no fui nada precoz sexualmente, ya sé que nuestras generaciones actuales se van morreando mucho antes), fue en Gran Canaria, mi primera salida con gente de mi edad (mis primas), mi primera salida de “marcha” nocturna (con moderación, eso sí, que cual Cenicienta volvimos a casa pronto). Y tras esas invasiones de mi cuerpo mientras fui menor (bastante “chorras” frente a lo que han vivido millones de niñas y mujeres en el mundo), llegaron las de mayor. No voy a contar la cantidad de hostigamiento, el miedo a pasar sola de noche por determinados sitios, el que se vayan parando los coches a tu paso y te pregunten que cuánto cobras, el que te metan mano en el cine y te tengas que ir sin terminar de ver la peli porque todavía el feminismo no había hecho acto de presencia en mi vida (en esa peli tenía 19 años),… no voy a contarlo porque si no este post se haría infinito. Sólo recuerdo que los sentimientos que me generaron esas agresiones (leves, si las comparamos con otras) fueron de vergüenza, de culpa, de rabia, de miedo,… y estoy totalmente segura que ellos no lo vivieron de la misma manera. Así que ya está bien de culpas, miedos y dolor, como diría Virginie Despentes, “el día en que los hombres tengan miedo de que les laceren la polla a golpe de cúter cuando acosen a una chica, seguro que de repente sabrán controlar sus pasiones masculinas y comprender lo que quiere decir no”.

No hay un cuerpo en el mundo más utilizado, marcado, aniquilado que el de las mujeres y niñas, ya es hora de parar esta barbarie y ser dueñas de nuestros cuerpos y nuestras vidas (parafraseando al Colectivo de Mujeres de Boston). En la diversidad de agresiones que sufrimos las mujeres subyacen varios elementos: la inscripción en el cuerpo del sentido de la propiedad del varón, un ejercicio de poder y control y una clara explicitación del lugar de nuestra subordinación a la decisión y poder masculino. El poder patriarcal sólo se consigue por medio de esta violencia y la única estrategia que podrá desactivarla se llama feminismo.

Hoy sé, con 47 años y tras casi 25 años de feminismo en vena, dos cursos de autodefensa y saber cómo puedo noquear a alguien, que el miedo y la falta de estrategias de antaño se han ido disipando, y aunque ese poder patriarcal no se ha desarticulado, al contrario, se rearma, se tolera, se legitima, se refuerza,… ahora sé que si un tío vuelve a ponerme la mano encima si yo no quiero, tendrá respuesta… y no precisamente agradable. Frente a la inoperancia de la justicia y los poderes públicos: autodefensa feminista.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *